Viaje a las profundidades de Bariloche (1ra. parte)
Esta no pintaba ser cualquier travesía. Ya los preparativos nos llenaban de incógnitas y presagiaban situaciones tanto insólitas y graciosas como tensas y comprometidas. Es que no es fácil aunar objetivos en un grupo heterogéneo. No es fácil aunar siete voluntades en pos de un mismo esfuerzo.
El team estaba conformado esta vez por Pato, Gaby y Toshi, como representantes del género femenino y Leandro, Casi, el Pipi y quien relata, como exponentes del masculino. Había una sola pareja: Toshi y el Pipi, que coincidentemente eran los únicos que carecían de toda experiencia en cuestiones montañeras. Hablando en criollo, tenían menos cordillera que la provincia de Santa Fé.
El plan era ambicioso. En una semana trataríamos de unir Laguna Jakob con Pampa Linda, pasando por el valle del arroyo Casalata, el lago Mascardi y las lagunas de altura Azul, Jujuy e Ilón. Por si esto fuera poco, después de un breve descanso en la base del Tronador, Gaby, Casi y yo seguiríamos rumbo a Chile para realizar el Camino de los Vuriloches, quedando abierta la invitación para todo aquel que tuviera resto, tiempo y quisiera acompañarnos.
Cada integrante del grupo tenía una personalidad bien definida, pero si había alguien que prometía erigirse en el centro de atención era el Pipi. Sin dudas. De hecho ya lo fue antes de llegar a Bariloche, primero amenazando viajar con una mochila escolar, luego consiguiendo otra que parecía un instrumento de tortura y por último mostrando orgulloso entre su equipo una linterna con sirena(?) que funcionaba con 8 pilas grandes. Ideal para trekking. Lo cierto es que con sus frases ingeniosas y sus desventuras, este personaje nos iba a hacer reír a todos y con ganas.
Detalle de lo recorrido la primera parte. |
CALENTANDO MOTORES
Pasamos la noche en un hotel de la ciudad y partimos en dos taxis rumbo al inicio del sendero a la laguna Jakob. La moral y el humor de la tropa eran inmejorables. Durante la cena, Leandro había estrenado su carcajada contagiosa a causa de la imitación del peluquero Giordano que improvisamos entre el Pipi y yo (“las modelos...”, “el color...”, “la luna...”, “qué año, Nicole...”). También esa noche se había encendido la primera luz de alarma: el Pipi se mostró preocupado por el peso de la mochila de Toshi, sugiriendo eliminarle lastre. Le explicamos que era imposible, ya que todos llevábamos la misma cantidad de cosas y los hombres hasta una pizca más. Pronto nos enteraríamos cuál sería el destino de ese “sobrepeso”.
Bajamos de los taxis y, mochilas al hombro, comenzamos a caminar. Todos dábamos los primeros pasos con calma menos Toshi y el Pipi que, traicionados por el entusiasmo, salieron como con un cohete en el trasero.
La senda se acomodó sobre la derecha del arroyo Casa de Piedra, que bajaba cristalino por un valle con escasos desniveles. En diagonal y sobre la izquierda comenzaba a abrirse otro valle, el del Rucaco, muy popular entre quienes conectan el refugio Frey, en el Catedral, con la laguna Jakob. Pasado el mediodía almorzamos algo al costado de la huella y mediante un puente colgante nos mudamos a la otra margen del arroyo.
Por carácter, experiencia y conocimientos, el Pipi ya había adoptado como referente del grupo a Casimiro. Cada movimiento del primero buscaba la aprobación del segundo. “Casimiro, ¿acá se puede hacer fuego?”, preguntaba inocente. “No, no se puede”, contestaba serio. “Casimiro, ¿acá se puede tirar la basura?”, volvía a la carga. “No, hay que llevarla”, respondía de la misma manera. “Pero son cáscaras de banana... es orgánico”, retrucaba el Pipi. “Es contaminación visual”, argumentaba tajante para que no quedaran dudas. “Este tipo no me deja hacer una mierda”, mascullaba luego por lo bajo.
Abandonamos la comodidad del valle para iniciar la trepada a la laguna. Primer examen serio para nuestros estados físicos, sobre todo el de los debutantes. Pato, Gaby, Casi, Lean y yo nos manteníamos a tiro uno del otro, en cambio la pareja venía rezagada. Es más, a causa de la vegetación ya la habíamos perdido completamente de vista.
La senda se interrumpió nuevamente por el arroyo Casa de Piedra, pero esta vez había que vadearlo a pie. Para acercarnos a la orilla debíamos desfilar sobre una angosta escalerita metálica, saltar unas piedras, y una vez adentro teníamos la opción de ir agarrados a un cordel que de tan flojo era más seguro no tocarlo. La corriente no era lo que más asustaba sino el profundo y furioso salto que se formaba un par de metros aguas abajo.
Hicimos un alto para cruzar los siete juntos pero la pareja no venía. Se hacía tarde. El sol ya había dejado de alumbrar esa parte del bosque y el agua prometía calarnos los huesos. Los minutos se escurrían sin novedades y pasamos de la calma a la preocupación. Con Leandro salimos a buscarlos. Destrepamos casi corriendo gran parte del caracol y los encontramos. Vivos, por suerte. A Toshi se la veía bien; el Pipi había fundido biela. Como un caballero, Leandro se cargó la mochila de Toshi y la sintió sospechosamente liviana. Ahí nomás supimos cómo había resuelto el Pipi la cuestión del sobrepeso de su amada: lo estaba acarreando todo él.
Con pasos de drama y de comedia cruzamos el arroyo y en media hora aterrizamos en el refugio San Martín. Detrás se extendía la Jakob, ubicada a más de 1600 metros sobre el nivel del mar. En los alrededores se veían decenas de sitios para armar las carpas, sin embargo decidimos pasar al menos esa noche bajo techo. Estábamos fusilados.
Copamos una mesa del refugio y nos pusimos a preparar un guiso de lentejas. Pese a la paliza que le acababa de propinar la montaña, el Pipi mantenía intacto su sentido del humor. Las frases de Giordano lo tenían obsesionado. “Todo el color, todo el glamour”, repetía como el famoso peluquero, mientras revolvía el interior de una enorme y poco glamorosa olla. Con el novio de Toshi compartíamos también el fanatismo por Tangalanga y sus llamados telefónicos justicieros. “¿Hablo con el guía de trekking? Mire, resulta que un primo hermano mío viajó a la montaña y me dijo que usted le quiso tocar el orto. ¿Puede ser?”, parodiábamos.
Después de la sobremesa nos fuimos mudando lentamente al salón dormitorio. Nuestro nivel de excitación aun seguía por las nubes y los gringos que se habían encerrado en las bolsas temprano nos llenaron de puteadas. El Pipi accionó sin querer -o no- la sirena de su linterna y se desató el caos. Todos nos acomodamos en un primer piso de cuchetas menos Gaby, quien para acceder al único colchón que quedaba libre tuvo que trepar en la oscuridad por una especie de mástil de barco.
Vista de la laguna Jakob. Detrás se alcanza a ver el Paso Schweitzer. |
Para la segunda noche en la Jakob íbamos a cambiar refugio por carpa y después del desayuno salimos a armarlas. En una dormirían Casi y Pato, en otra Toshi y el Pipi, y en la tercera Lean, Gaby y yo. El plan para esa mañana consistía en visitar la laguna de los Témpanos, ubicada a solo 45 minutos del San Martín. Toshi y el Pipi no iban a ser de la partida. “Nos quedamos a cuidar las cosas”, argumentaron sin convencer. Estaba claro que lo poco que aún conservaban de energía lo iban a utilizar exclusivamente para salir de allí.
Laguna de los Témpanos. |
Partimos sin carga y con lo puesto. Al ganar altura superamos el límite de la vegetación y entramos a la roca. Hacia el norte comenzamos a ver parte del valle del Casa de Piedra. Hacia el sur, este y oeste nos rodeaban oscuros paredones y algún pico lejano.
La laguna de los Témpanos reposaba en un lugar fabuloso. Por detrás se levantaba un murallón de roca negra, rematado más arriba por una extensa terraza de hielo. La imagen contrastaba con la orilla nuestra, completamente plana y apacible. El turquesa cristalino de esas aguas terminaba de redondear un paisaje que lucía tan bello como amenazante. Estábamos extasiados. Con la filmadora improvisamos reportajes para que cada cual volcara en palabras lo que sentía o le transmitía el lugar.
Regresamos al campamento a la hora del almuerzo. El menú era novedoso y consistía en unas hamburguesas cocinadas en la base de la olla. Lo estrenábamos en este viaje. “Menos mal que no fuimos a la laguna. A cada rato venía una inglesa acusándonos de haberle robado una camisa. Me parece que la que quería afanarse algo era ella”, nos contó indignado el Pipi, mostaza va, mayonesa viene.
Al día siguiente partiríamos y aprovechamos la tarde para hacer las últimas fotos de aquel rincón tan fascinante. El cielo lucía gris pero la atmósfera se mantenía calma. Desde todos lados se veía el inquietante Paso Schweitzer, una elongada “V” que en pocas horas nos iba a otorgar el pasaporte hacia otro mundo no menos enigmático: el del arroyo Casalata.
Continuará...
Comentarios
Estate atento que se viene la segunda parte... la del Casalata!!!! Eso sí que fue sufrir.
Abrazo!
Lean que bien expresado lo que sentis para explicar a quien no entiende porque a pesar de las incomodidades y dificultades, son las mejores vacaciones lejos!!! es que la adrenalina de la aventura y el compañerismo son inigualables...............!! besos y abrazos a todos.
sandora
También podés consultar en el Club Andino Bariloche. Ahí te van a tirar "la posta" mejor que en cualquier otro lugar. Saludos y suerte!
Gracias.
Saludos,
Hernán.
Te pido mil disculpas por responderte casi un mes después. Don Blogger no me está notificando los comentarios a mi correo, y si no entro al blog no los veo.
Creo que mejoraron la senda del Casalata, algo leí al respecto. La subida de la Azul a la Crettón fue picante, picante. Tuvimos que atravesar una pendiente bastante pronunciada, con piedra suelta y manchones de nieve igual de empinados. Lo de la presencia de nieve dependerá de la época del verano que vayas. Hubo que armarse de paciencia y mucha atención, pensando bien en donde apoyábamos cada pié. Una vez que te montás sobre el filo es todo más plano.
Podés consultarme por cualquier otra duda.
Saludos!
Saludos y seguimos en contacto.