Que las hay, las hay...
No es novedad
que me gusta relacionar la Patagonia con lo sobrenatural. Más de una vez se me
ocurrió viajar exclusivamente para recabar información y testimonios sobre
fenómenos extraños. No hay poblador que no cuente algo: puertas hacia otra
dimensión, seres misteriosos que habitan el bosque, objetos saliendo del mar o
doblando 90 grados en el cielo... Me interesa la leyenda de la Ciudad de los
Césares o Trapalanda, la del barco “Caleuche”, la de la Isla Friendship... Cada
vez que veo esas impenetrables laderas boscosas desapareciendo entre las nubes,
no dejo de fantasear con la idea de que allí se oculta algo.
Por supuesto
que nada de lo que acabo de enumerar se puede dar por cierto sin un mínimo de
rigor científico. De todas formas, puedo colaborar con algunas historias
-propias y ajenas- que, muy lejos de arrojar luz sobre el tema, alimentan la sospecha de que, por debajo del río Colorado, muchos mitos,
creencias y misterios aun tienen final abierto.
LA DIMENSIÓN
DESCONOCIDA
Este relato
data de algunos años y su protagonista central es Don Julio, un veterano poblador
de la ciudad chilena de Puerto Varas. Al hombre lo conocí en
el hospedaje de su hermano Raúl, cálido reducto en el que las charlas se
volvían apasionantes, sobre todo si uno se mostraba interesado en todo lo
relacionado con los fenómenos paranormales. Ambos eran muy versados en estas
cuestiones.
Ese primer
encuentro tuvo lugar una tarde de enero y al calor de la cocina económica. Me
acompañaban Casimiro y Hugo, dos amigos con quienes estaba a punto de salir a recorrer en auto la Carretera Austral. Don Julio recordaba con afecto a Casi de una visita suya anterior, razón por la cual se entregó
sin oposición a la charla. Mateada de por medio, por supuesto.
Nuestro personaje manejaba un estilo fluido y conceptos espirituales profundos. Supimos que
trabajó durante muchos años como maestro de frontera en la zona aledaña a El
Bolsón. A lo largo de ese tiempo, nos contó, entabló una fuerte amistad con un
colega argentino, quien luego desapareciera víctima de la dictadura militar de
nuestro país. Julio exhibía un sólido y llamativo espíritu de
confraternización. “Argentinos y chilenos
no debemos pelear, somos la misma cosa”, se animó a decir, no sé si
impulsado por nuestra presencia o por el recuerdo de su amigo.
-Julio, ¿se
acuerda de lo que me contó el año pasado? Digo... sobre esos fenómenos raros que
ocurrían cerca del Parque Nacional Alerce Andino. ¿Supo algo más? -pinchó
hábilmente Casi, quien ya conocía la historia pero quería hacérmela escuchar de
primera mano.
-No, hace rato
que no ando por la zona -contestó sonriendo, mientras le aplicaba una eficaz
chupada a la bombilla de su mate.
-¿Qué es lo que
ocurre en ese lugar? -pregunté yo, fingiendo que no sabía nada de nada.
Casi forzó un
silencio para obligarlo a hablar al hombre. Y se largó confiado, nomás.
-En Lenca, un
pueblito costero situado a unos 40 kilómetros al sur de aquí -arrancó Julio
para ubicarnos-, existe un aserradero en cuyos fondos habría una puerta invisible,
un umbral hacia el más allá -dijo sin rodeos ni eufemismos-. Ya ha desaparecido
mucha gente, pues, y nunca más la han vuelto a encontrar.
Hugo nos miraba
de a uno por vez como buscando complicidad para su asombro, pero encontró a
tres seres que parecían estar hablando de temas familiares y cotidianos.
-Y los
pobladores de la zona, ¿qué dicen al respecto? -inquirí yo-. ¿Existe alguna
teoría?
-No hablan.
Tienen miedo, pues.
En estos
parajes aislados, religión y superstición suelen mezclarse en un coctel
paralizante que genera temor y silencio. Nadie divulga lo ocurrido como si al
hacerlo fueran a disgustar a ciertos malos espíritus. El sur de Chile es
célebre por su profusa colección de personajes mitológicos, algunos de ellos
temibles e inquietantes.
-Se me ocurre
que por aquí deben abundar los hechos extraños y sobrenaturales, ¿verdad?
-acoté basado en esos mitos y leyendas nacidos de las entrañas de la
cordillera.
-Vean, mi
hermano Raúl ha visto OVNIs y en dos oportunidades. Una vez vio un objeto
saliendo con fuerza del agua, en medio del océano. Él estaba en su bote,
trabajando como buzo mariscador. Otra vuelta los pescó por entre las montañas
de la cordillera. ¡Si hasta tuvo que salirles de testigo a dos milicos que no
podían creer lo que estaban viendo! Él se los puede contar con más detalles que
yo. Cuando la NASA anduvo investigando la desaparición de gente en el lago Llanquihue, mi hermano se animó a expresar una teoría en la cual el espejo estaría
comunicado con los volcanes vecinos por medio de cavernas ó sifones aspirantes.
Podía demostrarlo, además, en base a una supuesta caída y elevación permanente
del nivel de las aguas.
-¿Estará todo
relacionado con la puerta invisible? -preguntó Hugo, ya decididamente impresionado
con la historia.
-Puede ser. Hay
mucho territorio inexplorado en la cordillera del cual no se sabe nada
-respondió.
-¿Usted conoce
toda esa zona? -pregunté yo.
-Bastante.
Caminé mucho por allí. Me dijeron que cerca del Paso El León hay una caverna donde
estarían depositados los restos de altos jefes indígenas. Tengo planeada una
expedición para llegar hasta ellas. Y no es un sector muy accesible, no señor;
hay selvas, paredones de roca… en fin… -graficó algo preocupado.
La conversación
fue prolongándose en base a las múltiples interpretaciones sobre lo que acababa
narrar Julio. Brechas espacio-tiempo. Secuestros de OVNIs. Mundos paralelos,
subterráneos... Nuestro interlocutor tenía que partir y no estaba en nuestro
ánimo demorarlo.
-¿Y qué andan
haciendo por acá, esta vez? -nos preguntó antes de abandonar la casa.
-Vamos a
recorrer en auto la Carretera Austral -se adelantó Casi.
-Y de paso
investigar qué está pasando en el Parque Alerce Andino -agregué yo, que, a
partir de ese relato, ya no podía resistir la tentación de ir a meter las
narices a tremendo lugar(1).
En el hostel de
Bariloche donde yo solía recalar casi todos los veranos, una noche, bien tarde,
se armó entre todos los huéspedes una charla apasionante. El lugar de reunión
era la enorme cocina y el tema central, cuando no, los fenómenos
sobrenaturales. Un recién llegado y viejo conocido de la dueña del lugar -un
tal “Juanillo”, o algo así- se largó a relatar con asombroso patetismo los
pormenores de su encuentro nocturno… ¡¡con un gnomo!! Según él, el extraño
suceso había ocurrido un par de años atrás en el bosque que
rodeaba al largo y solitario camino de acceso al hostel. Contó que el diminuto
ser lo siguió desde adentro de la espesura dando saltitos y profiriendo
carcajadas burlonas. Entre las teorías que del hecho circulaban estaba la del
propio protagonista, quien dijo ver en el gnomo una especie de reflejo de sí
mismo.
Durante una
hora Juanillo mantuvo en vilo a toda la concurrencia y su testimonio hasta fue
grabado por otro huésped, quien casualmente tenía un programa de radio en una
FM local. En honor a la verdad, el relato bien pudo haber omitido la graduación
alcohólica del mismísimo testigo que, según contó, venía de una noche de
juerga. De todas maneras, nadie se animó a mirar por los ventanales hacia la
negrura de la noche y menos que menos salir al exterior. Es que nunca se sabe.
EL HOMBRE
INVISIBLE
En febrero de
2003, Gaby y Casi y yo habíamos realizado el Camino
de los Vuriloches, una hermosa y extensa travesía que comenzó en Pampa Linda y
culminó en Ralún, en el Pacífico. Y tanto le gustó a Casi esta experiencia, que en Semana Santa de ese mismo año decidió volver por su
cuenta para repetirla.
En la base del Tronador el clima, esta vez, no era el mejor. Nuestro amigo arrancó a caminar bajo la lluvia y al traspasar la
frontera, el famoso Mallín Chileno(2) lo sometió a una verdadera tortura. El
agua le llegaba casi hasta la cintura y el frío le calaba los huesos. Ante ese
panorama desalentador, el precario refugio de los Carabineros fue para él algo
bastante cercano al paraíso. Y allí decidió quedarse a pasar la noche. En
solitario, ya que para esa época del año los militares chilenos se mudaban a
lugares menos aislados. Repito, no había absolutamente nadie, ni siquiera
acampando en los alrededores.
Seguramente
habrá tomado algo caliente para recuperar calor y, sin otra cosa más
interesante que hacer, se metió en la bolsa para intentar dormir un poco. No
pudo: el ruido de unos pasos lo puso en alerta. ¿Quién andará por aquí a esta
hora y con esta lluvia?, se preguntó intrigado. Las pisadas se escuchaban
firmes e inquietantemente cerca de la casa. Para ser más preciso, lo que merodeaba
ahí afuera parecía estar caminando alrededor de ella.
Casi tomó
valor, salió de la bolsa y se asomó al exterior del refugio para conocer la
identidad del nuevo visitante. Nada. Ni un mísero zorrito, ni una miserable
laucha. Más intrigado que antes, se animó a rodear la cabaña para ver si aquel
ruido provenía de los laterales o de la retaguardia. Nada. Ni un alma en
decenas de metros a la redonda.
Resignado,
volvió a entrar al refugio y se metió nuevamente en la bolsa. Intentó retomar
el sueño pero no pudo. Otra vez lo sobresaltaron los mismos inexplicables pasos
que percibió minutos antes. Ya no quiso salir más y dejó que la noche
transcurriera lo más pronto posible para poder alejarse de allí apenas
despuntara la mañana
El lago chileno
Vidal Gormaz no es un lugar accesible. Quien quiera conocerlo deberá caminar de
2 a 3 días si encara la expedición desde Argentina, o de 3 a 4 si la emprende
desde Chile. Lo cierto es que estando allí, más precisamente en su extremo
norte, nos desayunamos con una inquietante noticia. Así como el Nahuel Huapi
tiene a “Nahuelito” y otros tantos lagos del Sur al famoso “Cuero”, el Vidal
Gormaz también tendría como inquilino a un supuesto “monstruo”. Al menos eso es
lo que afirmaron con seriedad algunos integrantes de la familia Bahamonde, legendarios habitantes del lugar.
Y hay más al
respecto. Unos meses después de esta expedición y a raíz de haber dado a
conocer este rumor en otro post, me han escrito para comentarme que en el lago Las
Rocas (ubicado al sur del Vidal y perteneciente a la misma cuenca) también han
habido reportes sobre este tema. Y por qué no creerles.
SORPRESAS EN LA NOCHE
Ralún es un paraje
chileno ubicado en la cabecera del estuario de Reloncaví, conocido, además, por
sus aguas termales y la práctica de la pesca deportiva. Allí había aterrizado
para almorzar, luego de pedalear unos 30 kilómetros desde el sur del lago
Llanquihue.
El restaurant al que
entré estaba atendido por su propia dueña -Margarita-, una agradable mujer que,
con el correr de los minutos, comenzó a mostrarse interesada en mi actividad y
mi itinerario.
En un momento de la conversación se me antojó preguntarle lo que siempre quiero
saber cuando estoy frente a gente que pasa largo tiempo en parajes cordilleranos
aislados: “¿Alguna vez vio algo raro por acá? Digo... luces extrañas, fenómenos
en el cielo...”, arremetí jugando al documentalista de TV. Como si lo
estuviese esperando, Margarita sacó un par de historias de la manga.
Me contó que una
noche, ella y su marido vieron un misterioso resplandor que provenía de un
bosque ubicado en una ladera cercana. La fuente de luz no tendría nada de
extraño si no fuera porque ese sitio era inaccesible y por consiguiente se
hallaba completamente deshabitado. Pero allí no terminaba su testimonio. En
otra oportunidad -también a la hora de las brujas, para variar- se sobresaltó
al escuchar que su perro ladraba mucho y de una manera particular y preocupante.
Se dirigió con cautela hacia la puerta y al abrirla su rostro empalideció de
terror. La silueta oscura y difusa de un hombre se hallaba parada frente a
ella. "Era el 'hombre negro', un fantasma que deambula por la región
ayudando a la gente. No es un ser maligno", concluyó la mujer con cierto
dramatismo.
Curiosamente, si uno
observa un mapa de la zona descubrirá que Ralún está a pocos kilómetros de
distancia de otro lugar enigmático mencionado más arriba: el Parque Nacional
Alerce Andino. ¿Casualidad?
REGALO DEL
CIELO
Gaby, Claudia,
Adrián y yo acampábamos en el extremo sur del lago Puelo y la noche se
presentaba inmejorable. Una calma absoluta nos permitía hacer la sobremesa en
la playa junto a un fogón. Acabábamos de comer una trucha pescada ese mismo día
por Adrián. Trucha a las brasas, para más detalles.
Todos íbamos
siendo invadidos por un agradable sueño hasta que el cielo decidió acaparar
nuestra atención con una inquietante sorpresa. Hacia el sudoeste, apenas por
encima de la cordillera, descubrimos un gran halo de luz que se desplazaba
lentamente hacia el norte manteniendo su altura. Era como esa aureola que
envuelve a la luna antes de una lluvia pero sin la luna. Con mezcla de asombro
y excitación acompañamos su extraño derrotero hasta que se esfumó a la altura
del cerro Aguja Sur, o sea, hacia el noroeste. ¿Qué sería? Hubo tantas respuestas como testigos
presentes: tal vez una nave extraterrestre, tal vez resplandores emitidos por
algún cementerio indígena, tal vez la
Ciudad de los Césares...
Alguien avisó
que era hora de ir a dormir y con pena fuimos apagando las brasas. Nos
retiramos a las carpas dejando a nuestras espaldas la negrura, la inmensidad y el silencio del
Puelo. Y un gran interrogante que, hasta el día de hoy, permanece sin
responder.
(1) De hecho, días
más tarde fuimos a conocerlo. En rigor a la verdad, lejos estuvimos de ver
cosas extrañas, pero el lugar está envuelto en una atmósfera que impresiona. Y
más lúgubre se torna aun cuando las nubes se apoyan a mitad de la
montaña. Para agregar otra curiosidad al asunto de las desapariciones, puedo decir que dentro de esta reserva hay un
pequeño lago llamado Sargazo. No es que busque fantasmas por todos lados, pero con este nombre se lo conoce también al mar ubicado en el tristemente
célebre Triángulo de las Bermudas.
(2) Enorme planicie
que en los días de lluvia -y en los posteriores también- queda totalmente
anegada o llena de fango.
NOTA: Las imágenes
que ilustran el post están absolutamente trucadas.
Comentarios
Te agradezco por tu atención y tu trabajo en estas lineas. Un saludo!
Andres Rendon
Espero más comentarios.
Saludos!