Viaje a las profundidades de Bariloche (2da. parte)

Primera parte aquí.

QUÉ NOCHE, TETÉ
Amanecimos con una idea bien clara: partir a la salida del sol, ya que la travesía hacia el lago Mascardi vía arroyo Casalata prometía ser larga y dura. Nueve horas, señalaba el mapa del Club Andino Bariloche. Un amigo que había lidiado con este mismo valle años atrás fue más gráfico: “es Vietnam”, me anticipó. Pero para tranquilizarnos estaban los refugieros del San Martín; según ellos, sólo íbamos a encontrar “un poco de barro”. ¿Un poco?
Pusimos proa hacia el oeste. A la media hora cruzamos el desagüe de la laguna de los Témpanos y, luego de circular por el borde de un mallín, comenzamos a trepar por la piedra en busca del Paso Schweitzer. El nombre de esta brecha de altura recuerda al topógrafo Pablo Schweitzer, quien explorara ambos valles en el año 1920.
Nos montamos a un sitio alucinante. A retaguardia contemplábamos aun la depresión donde descansaba la Jakob, y asomándonos un poco hacia adelante ya podíamos palpitar el largo y verde valle del Casalata. Frente a nosotros se imponían las paredes oscuras del cerro Cuernos del Diablo. “Todo el color, todo el glamour”, repetía el Pipi con renovados bríos. Nos permitimos una breve parada fotográfica e iniciamos el empinado descenso.
El terreno no estaba para nada firme. Hubo quienes se frenaban con los pies y quienes se la rebuscaban también con la cola. Uno de los que derrapaba fulero era el Pipi, quién si no. “Me sobra talento para pasarla mal”, bromeaba resignado mientras se sacudía el polvo del culo. Repartiendo maldiciones, aterrizamos finalmente en lo que vendría a ser el nacimiento del valle. El Casalata nos daba la bienvenida a su umbroso reino de pesadillas. Ya no había vuelta atrás.

Detalle de lo recorrido la segunda parte.


El curso de agua corría de norte a sur y la ruta prosiguió sin desniveles. Por arriba nos custodiaban enormes y vistosos paredones de piedra, pero al ras del suelo gobernaba la monotonía. La senda -por llamarla de alguna manera- se mudó al otro lado del arroyo, inaugurando una infinita sucesión de vadeos. Para el primer cruce cambiamos zapatos de trekking por sandalias. Para el segundo también. Para el tercero creo que también. De aquí en adelante decidimos caminar directamente en sandalias. A decir verdad, preferíamos movernos por el agua por una sencilla razón: de las orillas para afuera era todo un gran mallín. El Pipi andaba en ojotas y le aconsejé trabar los dedos para que no se las arrebatara la corriente. Fue inútil. “¡¡¡¡La ojotaaaaaa!!!!!”, gritó a mis espaldas, mientras el calzado se me acercaba como un barquito de papel. La pude tomar y lo esperé. “¡¡¡¡¡La otraaaaaaaaa!!!!!!”, volvió a gritar desesperado al desprenderse la del otro pie. Tuvo suerte, también se la “pesqué”.
En la parte que nos tocaba ir por adentro del bosque, no dábamos dos pasos sin quedar empantanados o atrapados entre las cañas. En un momento pisé confiado y mi pierna derecha se enterró hasta la cadera. Pato y Gaby venían a la par mía y un poco impresionadas me ayudaron a salir. Y con esfuerzo, es que costaba bastante liberarse de esas pegajosas y reiteradas trampas. Además, el implacable efecto sopapa que producían las sandalias al emerger del barro amenazaba dejarlas medio metro sepultadas.
Sin sendero visible, nos guiábamos gracias a unas cintitas rojas que aparecían anudadas en los arbustos cada 50 metros. Nos aferrábamos a ellas como a una línea de vida. El Pipi comenzó a acusar dolor en una rodilla y su rostro pasó de la comedia de enredos italiana a la tragedia griega. Ya no había color ni glamour. Comencé a sentir culpa; si aquello ya nos resultaba perturbador para los experimentados, me imagino lo que debían sentir los dos novatos.

Paso Schweitzer visto desde los alrededores de la laguna Jakob.


Corrían las horas y la ilusión de llegar ese día al Mascardi se hundía junto a nosotros en el fango. “En el primer lugar seco paramos a acampar”, convenimos entre todos. Sonaba a chiste; desde que habíamos caído al valle los tramos sin barro se podían contabilizar con los dedos de una mano.
Ya casi sin sol encontramos un sitio donde cabían las tres carpas. El arroyo estaba ahí, a pocos pasos, en el fondo de un barranco. Los ánimos cotizaban menos que un billete falso y algunas caruchas rozaban el piso. Para entretenernos encendimos un fogón. El Pipi se había encerrado en su carpa, y por medio de Toshi supimos que su pierna estaba inflamada y tenía fiebre. “El Pipi se me muere”, lanzó acongojada y al borde del llanto, en lo que podría definirse como el momento más tenso de la travesía. Mientras algunos cocinaban, Toshi entraba y salía de la carpa con el parte médico. “Me dice que no quiere seguir. Prefiere quedarse acá y esperar a que lo vengan a rescatar los guardaparques”, anunció. Al rato le ofrecimos un tazón con un puñado de arroz. “No quiere comer...”, respondió Toshi preocupada. Le insistimos y finalmente lo aceptó. “¡¡¡¡Hijos de puuuuta!!!! ¡¡Con esta miseria me quieren arreglar!!”, se escuchó clarito desde adentro de la iglú. No había más nada que agregar; confiábamos que al día siguiente el Pipi iba a estar con su verborragia de siempre.


Valle del arroyo Casalata visto desde el Paso Schweitzer.


BUENOS DÍAS, VIETNAM
Con tanta mugre e incomodidad, tantos dolores y culpas, esa noche solo podía haber una manera de dormir: como el culo. El Pipi afortunadamente amaneció repuesto y, apenas asomó su cabecita rapada de la carpa, arrancó con su stand-up diario. Espantaba así la delirante idea de dejarlo abandonado a su suerte en la montaña. Por un momento lo imaginé vagando por el bosque con una barba hasta el suelo y convertido en leyenda. “Todo el color, todo el glamour”, iría repitiendo, pero ya como un enajenado. Levantamos todo rápido y salimos a pelearnos con lo mucho o poco que faltaba hasta el Mascardi.
El comienzo no se presentó mejor. Fue necesario caminar diez metros para comprobar que nos esperaba más de lo mismo. Ingenuos de nosotros si soñábamos con un día exento de agua y fango. Comprendimos que la noche había sido solamente un oscuro recreo, un piadoso remanso.
Penamos por el barro un buen tiempo hasta que la senda se volvió más seca y visible. Cada cual comenzó a caminar a su ritmo, nos separamos. Puse la quinta marcha y tomé la delantera atropellando todo lo que encontraba a mi paso. Volaba. Y literalmente: para sortear un desmoronamiento del piso me agarré de la rama de un arbusto y pendulé como dos metros en el aire hasta caer donde continuaba la huella. Detrás mío sentí pasos. ¿Cuál de los chicos sería?, me pregunté intrigado. Apenas giré la cabeza vi venir corriendo a un sujeto con antiparras amarillas y atuendo de maratonista. Luego lo bautizaríamos “el aminowana”(1). Paré unos minutos a descansar y me alcanzó Gaby. Juntos llegamos después hasta un descampado y decidimos esperar al resto para almorzar.

Uno de los pocos tramos secos del primer día en el Casalata.


Cruzamos por última vez el Casalata, esta vez por arriba de un manojo de árboles caídos. El entorno se mostraba más abierto y el sendero nos guió sin problemas hasta una playita ubicada en el extremo noroeste del Mascardi. Al revés de lo habitual, esta vez los náufragos llegaban desde tierra adentro.
Caminamos unos 200 metros hacia el norte y plantamos bandera entre los árboles de la orilla. Armamos las carpas y disfrutamos de esas horas libres que nos regalaba la soleada tarde. Algunos lavaron algo de ropa en el lago y otros se dieron el famoso “baño polaco”(2). En la margen opuesta se alcanzaba a ver el lujoso hotel Tronador, y cualquier huésped con binoculares podía descubrir asombrado una escenografía digna del veraneo de los Campanelli. Nos sentíamos dueños de ese paraíso de aguas turquesas. Pero más allá de aquel instante de relax y goce, el asunto pasaba ahora por saber cómo y quiénes continuarían la travesía. Ya habría tiempo para charlarlo durante la cena.


Continuará...


(1) Los “aminowanas” son los personajes de un conocido chiste de cazadores.
(2) Pies, culo y sobacos.

Comentarios

Anónimo dijo…
Querido y viejo amigo...
Y no me refiero a la edad, sino a los años que venimos compartiendo esta obsesión patagónica.
Hoy leo por primera vez tu página (una deuda pendiente) y no he parado de hacerlo (de manera compulsiva) recordando muy gratos momentos compartidos y no tanto. Me encantó este texto que copio a continuación, el cual creo resume el por qué de los viajes en común realizados y los demás... (ya sea con otros grupos o en solitario), además de mi necesidad de comenzar en cierto momento, a ver la montaña desde un poco más alto (travesías de altura y ascensiones de baja/media dificultad), idea o nueva locura que intenté transmitirte sin éxito: "...Hasta ese entonces, las hojas de ruta salían generalmente de la afiebrada mente de mi amigo Casi y de la mía. Ambos coincidimos en muchas cosas, pero chocamos en una: yo tengo tendencia a agrandar los grupos y él a reducirlos. En otras palabras, yo tal vez privilegio la variedad en las compañías y el divertimento, y él la seguridad, el orden, y la integridad del viaje. En esta cuestión es muy puntilloso y de ello depende su humor. Y atenti, quizás tenga razón, en la montaña no se puede improvisar saliendo con gente inexperta; pero también hay que entender que son vacaciones y hay que relajarse...".
Me encantan tus relatos y por supuesto tus fotos. No olvido que en uno de nuestros viajes fuiste quien me dió los primeros consejos y trato modestamente de seguirlos.
Hoy nos encontramos planeando nuevas aventuras, vos pensando en el Camino del Inca y yo soñando con el Hielo Continental. Espero y deseo salud a ambos, para que "la fiebre" nos vuelva a encontrar planeando juntos nuevas rutas.
Felicitaciones nuevamente por tu blog y gracias por los recuerdos…
Casi
Pablo dijo…
es icreible como uno cuando va a algun lugar y no averigua bien todas las posibilidades que te ofrece el lugar..cuando fui a Bariloche hace ya unos años no hise ni la cuarta parte de todo lo que se cuenta, es una pena porque parecen cosas muy copadas,la proxima vez que vaya voy a ir un poco mas preparado jaja
Gracias x pasar, Pablo.
Aquí mismo en este blog tenés información como para hacer unas cuantas travesías. No solo en Bariloche sino en el resto de la Patagonia.

Saludos!

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