Yo estuve ahí

El espíritu de este blog ha sido siempre mostrar esos rincones patagónicos que permanecen fuera de las rutas de turismo convencionales. Sitios a los que solo se accede a pie, a caballo, en precarias embarcaciones o a través de polvorientos y azarosos caminos de ripio. Zonas recónditas, por supuesto, pero que, gracias al famoso “boca a boca”, año tras año van incrementando su caudal de visitantes y aventureros.
Dentro de este grupo selecto me animaría a decir que hay otro más pequeño, más exclusivo aun: el de aquellos lugares que, por su ubicación e inaccesibilidad, entran en la categoría de “aislados de lo aislado”. Son lugares casi desconocidos y, en ciertos casos, la aproximación hasta el punto de inicio de la travesía es tan o más dificultosa que la travesía misma. Algunos reciben a un puñado de visitantes por verano, otros a 3 ó 4 locos solitarios, y un gran porcentaje ni siquiera eso. Yo tuve la suerte de estar en varios de ellos a lo largo de estos años. Por tal motivo, hoy son como simbólicas medallas que exhibo con orgullo y que con el paso del tiempo van adquiriendo más valor.
 
1-PUESTO DEL 9/SANTA CRUZ (2006)
Esta recopilación de sitios perdidos no es un ranking, pero si lo fuera, este viejo puesto de ovejeros enclavado en medio de la estepa cordillerana ocuparía el número uno. Sin dudarlo.
Nuestro largo raid de aproximación había comenzado días atrás en un solitario paraje de la ruta 40 llamado Las Horquetas. Allí doblamos hacia el oeste por la Provincial 37 y, luego de recorrer unos 90 kilómetros, ingresamos al Parque Nacional Perito Moreno(1). Ya podíamos llamarnos afortunados por el solo hecho de haber llegado hasta acá.
Tras una corta estadía en la estancia La Oriental, enfilamos con rumbo sur en dirección al lago Burmeister. A mitad de viaje nos desviamos unos kilómetros a mano derecha hasta chocar con un cartel que nos sugería continuar a pie. A esta altura del relato ya se habrán imaginado que la única manera de aterrizar por acá es en vehículo propio, ya que el medio de transporte público más cercano pasa por la 40. Y a partir de ahí arreglate.
El sendero al Puesto del 9 circulaba paralelo a otro lago, el Belgrano, y el terreno era más bien llano, nada complicado. Pero con viento cordillerano de jeta... te la regalo. Y cuando digo viento es VIENTO, así con mayúsculas. Las violentas ráfagas amenazaban con arrancarnos del cuerpo todo aquello que no viajara atado. Además, con las mochilas al hombro teníamos el coeficiente aerodinámico de un placard.
El refugio era una casita rectangular de chapas acanaladas, con un comedor y una especie de cuartucho dormitorio. En el primero había una cocina económica, leña y algunos alimentos no perecederos. El arroyo más cercano pasaba a unos 600 metros, por lo que tuvimos que salir con un enorme bidón para hacer un solo viaje(2). La idea era simplemente pasar la noche y regresar a la ruta. No obstante, de continuar internándonos hacia el oeste, en otra jornada más de marcha hubiésemos podido asomarnos a los lagos Azara y Nansen. Una buena excusa para volver en otra oportunidad.
 
Arriba: Puesto del 9.
Abajo: Aproximación bordeando el lago Belgrano.
 
2-PUESTO SAN LORENZO/SANTA CRUZ (1999)
Como su nombre lo indica, el Puesto San Lorenzo esta a los pies de la cara este del cerro -o monte- homónimo, y la aproximación fue similar a la del relato anterior.
Desde la administración del Parque Nacional Perito Moreno, esta vez encaramos hacia el norte, avanzando con el auto por una huella bastante consolidada. Pasado el puesto de la estancia El Rincón, un arroyo algo encajonado nos dijo “muchachos, a cargarse la mochila y a seguir de infantería”.
El ahora sendero se pegó a la orilla oriental del río Lácteo, caminando en partes por su ancho playón y en partes subidos a la vegetación de la ladera. Sabíamos que para alcanzar el refugio había que remontarlo casi hasta su nacimiento. Lamento ser reiterativo con esto del viento, pero no exagero si digo que era como avanzar contra una pared. Los números no mienten: a la ida tardamos 5 horas y a la vuelta -con el viento de cola- 3 y media.
El asunto es que el refugio era un collage hecho con chapas de todos los estilos y colores. La idea era pasar la noche adentro pero mejor ni asomarse: la rata más chica debía saber 5 idiomas. Tampoco nos seducía acampar afuera, el viento peinaba esa planicie con absoluta violencia e impunidad. No había lugar que estuviese a salvo de ese feroz castigo de la naturaleza. O mejor dicho sí, acurrucados frente a la puerta. Claro que no todas pintaban malas: la vista del San Lorenzo era alucinante.
 
Arriba: Puesto San Lorenzo.
Abajo: Playón del río Lácteo.
 
3-PASO MAYER/SANTA CRUZ (2006)
Ubicados nuevamente en el paraje Las Horquetas, esta vez tomamos la Provincial 35, que también se pierde rumbo a la cordillera pero un poquito más al sur que la 37. En realidad la 35 se dirigía hacia el paraje Tucu Tucu, razón por la cual unos 50 kilómetros más adelante debimos girar hacia la derecha para tomar la 81.
Al dejar atrás la estancia Alma Gaucha nos despedimos del camino en buen estado, ya que sobrevino una huella solo recomendable para vehículos altos. A decir verdad nos despedimos del camino, si consideramos que en partes ni siquiera se veía o había sido socavado por el río Ñires. Por supuesto, pasó lo que tenía que pasar: al entrar a un canaletón la camioneta no hizo pie y nos encajamos. Cricket, pala y a laburar.
Llegamos al puesto de Gendarmería El Bello y recibimos la bienvenida de los muchachos allí destinados. A unos 800 metros bajaba el caudaloso río Mayer, que un poco más adelante ingresaba en territorio chileno. Los militares nos prestaron un galpón para que armáramos la carpa y luego nos sorprenderían invitándonos a compartir cada cena con ellos. Quizás les haya parecido simpático que unos locos de Buenos Aires aterrizaran en semejante lugar para pasar sus vacaciones.
Desde el puesto hasta la frontera había una tranquila senda de 12 kilómetros y los cubrimos en unas 4 horas. Mitad por el bosque, mitad por la dorada estepa patagónica. Lo más excitante fue, sin lugar a dudas, el cruce del río Carrera por encima de un puente (¿puente?) colgante que de lejos parecía una maqueta hecha con fósforos. Este río es afluente del Mayer y trae las aguas de todos los lagos del Parque Nacional Perito Moreno, excepto el Burmeister.
La mañana que abandonamos el Puesto El Bello, los gendarmes nos escoltaron unos kilómetros con el Unimog para poder sacarnos de algún otro posible encaje. Y mejoramos nuestra marca: fueron 2.
 
Arriba: Hito fronterizo en Paso Mayer.
Abajo: Puente sobre el río Carrera.
 
4-REFUGIO LA MAIPÚ/SANTA CRUZ (1999)
Este refugio pertenece a la estancia que lleva el mismo nombre y ambos están ubicados en la ribera sur del lago San Martín. Para acercarnos, primero tuvimos que llegar hasta la localidad de Tres Lagos, sobre la ruta 40, y de allí rumbear hacia la cordillera por las provinciales 31 y 33.
La estancia estaba a cargo de las hermanas Leyenda, aunque sin desmerecerlas, el verdadero personaje allí era el padre de ambas: Don Pilín. Este curtido hombre de campo de, por aquel entonces, impecables 80 años, supo instalarse allá por el ’45, cuando llegar hasta aquí era aun más difícil que ahora, y eso es decir demasiado.
En La Maipú podíamos dormir en el casco principal, en un refugio de campo no muy lejano o directamente en carpa. Una cuestión de presupuesto nos hizo descartar al primero y una cuestión de viento nos hizo olvidar de la tercera. Pensamos que el refugio sería una buena opción para ir tomándole la mano de a poco a esta naturaleza indomable.
El refugio debía estar a unos 800 metros al sudeste del casco. A bordo de su vieja F-100, Pilín se encargó en persona de marcarnos el camino hasta él, ya que la primera vez costaba encontrarlo. La vieja casucha de paredes y techo de chapa acanalada estaba construida sobre una planicie de pastos bajos con una leve caída hacia el lago. Desde allí era posible contemplarlo, así como a todo el escenario cordillerano.
Nuestra flamante casa constaba de varias habitaciones con unas cuantas camas cada una. El agua caliente era suministrada por una pequeña caldera a la que había que alimentar con leña. Tampoco faltaba la clásica cocina económica, instalada en un salón comedor. El encanto de esa rusticidad lo brindaba el entorno y el hecho de saber que así vivieron hace 60, 70 u 80 años los descubridores de este paraíso salvaje.
 
Arriba: Refugio La Maipú y lago San Martín.
Abajo: Camino de acceso a la estancia La Maipú.
 
5-REFUGIO RÍO DIABLO/SANTA CRUZ (2004/2011)
La travesía arrancó en el extremo norte de Lago del Desierto, aunque previamente debimos viajar desde El Chaltén hasta su cabecera opuesta y luego caminar 5 horas siguiendo su costa oriental. Dicho sea de paso, esta última bastante larga y accidentada(3).
La senda al refugio se iniciaba a un costado del destacamento de Gendarmería y con las mochilas al hombro enfilamos hacia el poniente. El entorno se mostraba bello y variado. El valle del Río Diablo nos recibió, al comienzo, con praderas y bosques, y sobre el final, con algunas trepadas y una larga cadena de mallines. El lugar era escasamente transitado y la huella en partes se perdía.
En unas 6 horas llegamos. El refugio era un chaperío deshabitado, con cuchetas, mesa, banquetas y una salamandra desvencijada. Tiene un hermano gemelo cerca de Paso del Viento, una de las entradas al Hielo Continental. Unos metros hacia el este reposaba una lagunita, y a la misma distancia pero en dirección contraria había otra similar.
Caminando por detrás de esta última y casi sin trepar llegamos al límite con Chile, una especie de balcón que permitía ver al glaciar Chico cayendo desde el Hielo Continental sobre un brazo del lago O'Higgins, obviamente en territorio trasandino(4). La escenografía se repartía entre colchones de pastos duros, manchones de lengas y afloraciones de piedra. Sobre una de esas rocas, un hito fronterizo resistía los embates del tiempo y de un clima intratable.
 
Arriba: Refugio Río Diablo.
Abajo: Lago y glaciar Chico.
 
6-VALLE DEL TURBIO/CHUBUT (1993)
Este periplo comenzó en el extremo norte del lago Puelo, desde donde una pequeña lancha nos cruzó hasta su cabecera opuesta. Justo allí desembocaba el río Turbio y hacia atrás se extendía todo su valle, dominado por los cerros Cubridor, Tres Picos y Plataforma. Armamos las carpas cerca de la playa con la idea de quedarnos un par de días. Mi intención era una sola: llegar hasta algún punto elevado desde donde pudiera observar las nacientes del Turbio, un grupo de misteriosos glaciares que rozaban la frontera con Chile.
Lo cierto es que cargué algo de comida en la mochila y me largué a caminar hacia el sur, río arriba. A una hora de salir, una bucólica pradera me anticipó la llegada al fundo de un poblador de apellido Fernández. Y los escandalosos ladridos de un grupete de perros hicieron de llamador. El hombre me hizo pasar a su casa y, mientras me contaba su vida y sus necesidades, nos sumergimos en una infinita rueda de mates.
Seguí viaje por el valle, encontrando cada vez menos vestigios de presencia humana. El sendero ganaba altura y desemboqué en un bosque quemado. Desde allí pude ver al Turbio quebrándose hacia el oeste y, bien al fondo, a las imponentes masas heladas que cerraban un paisaje que solo el viento se animaba a recorrer. A mi izquierda, y mucho más cerca, se recortaba el curioso cerro Plataforma, en cuya aplanada cumbre se habían descubierto fósiles marinos.
El cielo permanecía gris pero lo suficientemente alto como para dejar al descubierto a todos los cerros circundantes. Me senté a comer frente a ese paisaje tan deseado, pero solo por un rato. Una atmósfera fría y húmeda indicó que era hora de volver.
 
Arriba: Valle del Turbio y al fondo sus nacientes.
Abajo: Viejo puesto de pobladores.
 
7-LAGO LEONES/XI REGIÓN DE CHILE (2010)
Para empezar a ubicarlo en el mapa hay que apoyar el dedo índice en la ciudad de Coyhaique y deslizarlo unos 250 kilómetros hacia el sur siguiendo el sinuoso dibujo de la Carretera Austral. Encontrarlo no es un ejercicio difícil pero llegar hasta él, créanme que tuvo sus vericuetos.
Dejamos atrás la pequeña localidad de Puerto Tranquilo y, apenas cruzamos el puente sobre el río Leones, nos desviamos hacia la derecha por un camino bastante áspero, solo aconsejable para vehículos altos y duros. Y lo digo con conocimiento de causa: al pasar por una huella profunda nos empantanamos. Sin más elementos que el cricket y un par de ollas para cavar el barro que atoraba al chassis, sacar el auto de esa trampa nos llevó 3 horas. Hermoso debut para el primer día de coche alquilado.
A unos 20 kilómetros desde el desvío, el camino se extinguió en un enorme pedregal y decidimos desensillar dentro de un bosque. Aunque si pensábamos que los problemas habían terminado ahí nomás, estábamos equivocados: mientras armábamos las carpas nos recibió un enjambre de mosquitos que no morfaban desde la época de Pinochet.
La mañana siguiente arrancó lluviosa pero partimos igual en busca del lago Leones. A pie, por supuesto. En el trayecto vadeamos dos importantes arroyos y en unas 4 horas llegamos. Al fondo del lago convergían un conjunto de glaciares que bajaban del Hielo Continental Patagónico Norte, pero todo se veía deslucido a causa de la persistente lluvia. El frío tampoco hacía muy placentera nuestra estadía y decidimos regresar al campamento. Si es que los mosquitos no se habían llevado ya las carpas y la comida.
Pasamos la segunda noche en aquel húmedo y sombrío lugar y, corridos por los insectos, decidimos escapar hacia la ruta. Aunque esas 48 horas de lluvia nos hacían formular una sola pregunta: ¿cómo estaría aquel barrial que nos atrapó a la ida? Había una estrategia: rellenar la profunda huella con las piedras del lugar(5) y calzar el auto por arriba de ellas. Fue un laburito digno de algún capítulo de MacGyver. Y funcionó.
 
Arriba: Lago Leones y glaciares que descienden del HCPN.
Abajo: Parte del macizo del monte San Valentín.
 
8-CABO BLANCO/SANTA CRUZ (1995)
Nuestra incursión a Cabo Blanco se dio gracias a una invitación de la Intendencia de Puerto Deseado. Es que no era casualidad mi presencia en esta localidad costera; mis tíos y mi abuelo materno tuvieron negocio aquí durante muchos años y me recibieron casi como un visitante ilustre(6). Además había otro motivo para semejante trato: mi promesa de escribir algún artículo sobre las bellezas deseadenses en la ya desaparecida revista Aire y Sol(7).
Las primeras referencias de Cabo Blanco las tuve precisamente de boca de uno de mis tíos, quien conociera el lugar recién en 1990. Esta reserva natural, situada a unos 90 kilómetros al norte de Puerto Deseado, está destinada a proteger a la rica avifauna que suele abrevar en sus costas. Fue creada en 1977 y su principal guardián lo constituía la escasez de turismo masivo.
A bordo de una camioneta oficial, tomamos la Ruta Nacional 281 en dirección a la 3 y a los 20 kilómetros giramos hacia la derecha por un amplio camino de ripio. En un par de horas, la uniformidad de la estepa fue quebrada por dos morros que, entre la bruma, se alzaban al final del camino. Parecían islas emergiendo de un fondo seco. Sobre el de la izquierda, algo más alto, se levantaba un faro y un viejo edificio de la Marina.
Construido en ladrillos rojos, el faro medía 27 metros de alto y había sido puesto en funcionamiento en 1917. Desde arriba se apreciaba el istmo de acceso al cabo y las dos desoladas playas de arena que quedaban formadas a partir de él.
Entramos al destacamento. Nos recibieron dos jóvenes suboficiales de la Marina, quienes eran relevados cada 15 días. Uno de ellos nos invitó a realizar un avistaje de las gaviotas, ostreros, cormoranes y lobos marinos que habitaban a orillas del mar.
El lugar despertaba fantasías heroicas y a la vez terribles. Los muchachos nos convidaron luego con unos mates, al tiempo que alimentaban la conversación para retrasar nuestra partida. Quién sabe si recibirían otra visita en lo que les quedaba de guardia. Tremendo cuadro de situación.
 
Arriba: Playa sur.
Abajo: Faro y destacamento de la Marina.
 
9-PUERTO EDÉN/XII REGIÓN DE CHILE (1999)
De todos los lugares mencionados anteriormente, podría arriesgar que este pueblito es el más accesible. Solo hay acercarse hasta las ciudades de Puerto Montt o Puerto Natales y abordar el ferry que efectúa la navegación entre ambas. El resto es esperar que las condiciones climáticas permitan el desembarco en Puerto Edén. Yo tuve la suerte de visitarlo cuando viajé como fotógrafo para Aire y Sol.
El acercamiento fue apasionante. Porque navegamos por angosturas y entre paredones con eco. Porque pasamos junto a viejos barcos encallados y abandonados. Y por la cercanía de los Hielos Continentales, cada tanto visibles en lo más recóndito de los fiordos. Claro que antes tuvimos que lidiar con el históricamente temido Golfo de Penas, duro trance de 10 horas en las que absolutamente todo se sacudió al compás de las olas.
Emplazado sobre la isla Wellington y a orillas del canal Messier, Puerto Edén no escapaba al catálogo de colores de las viviendas del sur chileno. Algo así como 270 almas habitaban este paraíso de bosques fríos y cerros nevados, entre ellas los últimos indios alacalufes, raza de navegantes que poblara esta región desde el comienzo de los tiempos. Al vernos desembarcar, algunos de esos pobladores se acercaban a vender sus artesanías y el producto de su pesca.
No más de una hora habremos estado caminando por esas húmedas pasarelas de madera; un curioso privilegio que nos otorgaba la simbólica credencial de ciudadanos del Fin del Mundo.
 
Arriba: Llegando a Puerto Edén.
Abajo: Detalle de la costa.


Ubicación de los lugares.
 
Gracias a Gabriela, Sandra, Leandro, Casimiro, Andrés y Carlos. Sin su aporte y su compañía, muchas de estas travesías no hubiesen sido posibles.
 
(1) No es el parque donde se encuentra el famoso glaciar.
(2) El bidón estaba en el refugio precisamente para tal fin.
(3) También se puede llegar navegando en una lancha de excursión.
(4) Durante nuestra segunda visita, en 2011, entramos desde territorio chileno (relato aquí).
(5) Por suerte, cerca de allí había un arroyo con piedras bochas y en varios viajes lo fuimos haciendo.
(6) Tal es así que tuve una entrevista con el intendente y hasta me hicieron un reportaje en la FM local.
(7) Cumplí la promesa, el artículo salió publicado unos meses después.

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