Allá lejos y hace tiempo (1ra. parte)
Quienes siguen
habitualmente este blog, habrán leído ya decenas de relatos de aventuras y otra
tanta cantidad de anécdotas. Es decir, el resultado de 25 años de transitar incansablemente
por el Sur argentino y chileno. Pero como bien dije recién, se trata del
resultado, de la consecuencia de algo que se gestó hace mucho. Por eso, tal vez
sea el momento de retroceder en el tiempo y contar cómo y dónde empezó este
berretín por las montañas de la Patagonia.
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Hotel Llao Llao, postal típica de Bariloche. |
COMIENZO
DE LA OBSESIÓN
Mi primer viaje
a la Patagonia, más precisamente Bariloche, fue en otoño de 1984 y no por
iniciativa propia sino por decisión familiar. Recuerdo que realicé los paseos
típicos de todo aquel que aterriza en esta bella región por primera vez: el
cerro Campanario, la Isla Victoria, el Bosque de Arrayanes... También alcancé a
visitar otros lugares un tanto más originales en los que sentí la montaña y la
naturaleza en la piel. De esa manera me emocioné al recorrer el
Valle de los Vuriloches, y me divertí como un chico practicando rafting en las
cristalinas aguas del río Limay. Nada mal para empezar.
Regresé del Sur
entusiasmado. Algo se había puesto en marcha en mi inconsciente más profundo; fue
como si hubiese estado toda mi vida esperando conocer un lugar así. El virus de
la Patagonia se había instalado silenciosamente en mi organismo, y el
tiempo se encargaría de transformarlo en “enfermedad”.
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Refugio en el cerro López. |
Aun así, cuatro
años pasaron para que pudiera reencontrarme cara a cara con la región del Nahuel
Huapi. Y fue durante esta segunda estadía cuando comencé a tener noticias de un
Bariloche distinto; el Bariloche de los refugios, los senderos y las cabalgatas
por valles remotos. Me llamaba la atención el frente de cerros que, de este a
oeste, se levantaba como un mudo y misterioso decorado. El cerro Ventana, el
Catedral, el Goye, el López, el Capilla... todos fascinantes, pero ¿qué había
detrás de ellos? era la pregunta que me obsesionaba. No me alcanzaba con haber
visitado Pampa Linda y más tarde Puerto Blest; yo quería saber qué había en el
medio, allí donde los mapas no mostraban camino alguno sino valles perdidos y
lagunas ignotas. Curiosos carteles pegados en la ciudad promocionaban algo
llamado “trekking”, una nueva actividad que parecía ser la llave para entrar a ese
mundo oculto. Lo cierto es que apenas nos alcanzó el tiempo para trepar hasta
el refugio del cerro López y bajar en el día. Debíamos partir rumbo a Esquel, y
mis dudas, junto al resto del equipaje, volverían intactas a Buenos Aires.
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Refugio Emilio Frey, bajo las agujas del cerro Catedral. |
Transcurridos
algunos meses de aquel segundo viaje, y mientras yo seguía devorando mapas
hasta aprendérmelos de memoria, ocurrió un hecho insólito. Un buen día, en el
suplemento de un conocido diario capitalino, leí un aviso que sacudió a mi brioso pero a
la vez frustrado espíritu aventurero: “CICLO DE AUDIOVISUALES ORGANIZADO POR LA
MUNICIPALIDAD - 1º SÁBADO DE MAYO: ‘TRAVESÍAS EN EL PARQUE NACIONAL NAHUEL
HUAPI’ A CARGO DE…” y a continuación seguía el nombre del tipo y la hora del
encuentro. ¿Quién puede exponer semejante tema aquí, en la fría y
otoñal Buenos Aires? me pregunté descolocado. Sin sospecharlo, estaba frente a
una pequeña señal del destino.
Fui. La cita de
honor era en la Casa del Lago, frente al viejo KDT, en los bosques de Palermo.
La charla estaba comandada por un tal Jorge González, hombre dedicado a las
actividades de montaña y, como luego quedo demostrado, veterano trajinador de
la Patagonia.
Las
diapositivas comenzaron a desfilar en un clima de respetuoso silencio, mientras
su autor, con gran elocuencia, nos paseaba por un reino mágico, oculto y
lejano. Se escuchaban nombres apenas conocidos y nombres nuevos: refugio Frey;
valle del Rucaco; laguna Jakob; valle del Casalata; refugio Otto Meiling; Paso
de las Nubes; etc. etc. etc…
Finalizada la
función, no abandoné el auditorio sin antes acribillar a medio mundo con
preguntas: ¿Cómo llegar? ¿Cuántas horas de marcha? ¿Qué dificultad tienen?
¿Existen libros ó guías? Los cansé.
Esa noche, de
vuelta en casa, agarré los mapas, las pocas fotos que tenía y repasé una y mil
veces todo lo visto y oído. Quería
volver al Sur ya.
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Valle del arroyo Casalata, entre la laguna Jakob y el lago Mascardi. |
Durante ese mes
las charlas continuaron, y yo concurría religiosamente a una por una. Los temas
eran variados pero todos relacionados con el Sur y la aventura o la
exploración. La fascinación seguía latente.
Entrado el
invierno, el ciclo vio su fin y no tuve otra alternativa que seguir averiguando
por las mías hasta que llegara el ansiado verano. No fue poco lo que pude
investigar, sin embargo, todo pasaba por el aspecto logístico; entraba en
contacto con una actividad, al menos para mí, completamente nueva, y se
requería de gente y equipo especial. Sobre todo gente.
El calorcito se
hizo presente pero me encontró con las manos vacías, producto de la previsible
falta de acompañantes, de la ausencia en ese momento de grupos organizados que
coincidieran con mi objetivo y de mi incapacidad para encontrarle la vuelta al
problema. El esperado verano pasó así con más pena que gloria, pero fue sólo un
período sabático; para el año siguiente el destino me prepararía grandes
cosas.
Continuará...
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