La locura tiene dos ruedas (última parte)

Sexta parte aquí.

EL FIN DE LA LOCURA
La cama del hospedaje invitaba a estirar el sueño hasta el mediodía. No obstante, a eso de las 9 ya estaba arriba. La noche anterior me había quedado haciéndole compañía al hijo de la dueña de casa. Miramos juntos un partido de fútbol por televisión, y el resto fue charla, charla y más charla. El tipo tenía ganas de hablar, de contar sus penas. "Una vez vi en el cielo un objeto luminoso que pasó a gran velocidad y dobló a 90 grados sin detenerse", me confesó en algún tramo de la velada, ante mi consulta ufológica de rigor.
 
Vista parcial de la localidad de Río Puelo.
En cuanto a mi futuro de aquí en más, hay que decir que a esta altura no se barajaban demasiadas opciones. Si falla el plan A, sostienen, hay que recurrir al plan B, que en este caso significaba tomarme un bus hacia Puerto Varas, y desde allí tramitar el regreso a Bariloche vía paso Puyehue. Por tratarse de mi primera experiencia arriba de una mountain bike, consideré que ya había hecho -y conocido- más que suficiente. No debía tentar a los demonios.
 
Iván, el botero, había quedado en recogerme entre las 2 y las 3 de la tarde, ya que uno de los servicios hacia Puerto Varas partía de Puelo a las 4. Para aprovechar las horas de esa hermosa y luminosa mañana pude haber realizado infinidad de caminatas o paseos en bici. Lugares interesantes sobraban. Lástima que, a donde fuese, no lo haría solo. Apenas ponía un pié en el jardín era asediado por un ejército de tábanos hambrientos. Me sentía insólitamente preso. Intenté caminar hasta el río y me enloquecieron. Me detenía a tomar una foto y se posaban en mi frente, en los dedos y hasta sobre la cámara. Faltaba que accionaran el disparador.
Nadie sabe mucho acerca del comportamiento de los tábanos, pero hay algo seguro y lo he comprobado yo mismo: entre diciembre y enero se contabilizan por metro cúbico. A quien, dentro de este período, decida internarse en las montañas del Sur, debo avisarle que, si aprieta el sol, estos bichos pueden terminar llevándolo en andas. En lo que a mí respecta, no me agarran más. Salvo causa de fuerza mayor, la Patagonia jamás me verá el pelo durante esta época del calendario(1)(2).

Capilla de Puelo. No recuerdo si esta
foto es mía o la sacó un tábano.
El hombre del bote me dejó exactamente en donde me había embarcado el día anterior. Allí debía esperar al bus para realizar el operativo de cargar la bicicleta en el buche de los equipajes. Pero el bueno de Iván sacó un as de la manga. "Tengo un amigo que sale ahora para Puerto Varas y le sobra lugar en su camioneta", me avisó entusiasmado. Lo que se dice una noticia genial.
La bici fue a parar a la caja y yo a la cabina, a hacerle compañía a este señor que, según me contó, se ganaba la vida llevando gente a pescar al río Puelo y al lago Tagua Tagua. Después de echarle un vistazo a su lujosa lancha, creo que hubiera sido más glamoroso arribar a Puerto Montt vía marítima al estilo Miami Vice. Todo no se puede.

Lo que en bici me demandó 2 días de cuestas, ripio, polvo y tábanos, en camioneta lo liquidamos en 2 horas. A eso de las 7 de la tarde me encontraba pedaleando sobre las prolijas calles de Puerto Varas en busca del hospedaje "Don Raúl", mi refugio de siempre cuando visito la Décima Región de Chile. Esta escala no figuraba en mis planes originales, pero no venía mal darle un abrazo a su dueño y a su simpática esposa Paty. No venía mal conocer nuevos amigos y nutrirme un poco de historias, leyendas y recuerdos.
 
Balsa para cruzar el río Puelo.
En la actualidad existe un puente.
Pasé un par de días pedaleando relajadamente por Puerto Varas y sus alrededores, y finalmente trepé a un micro con destino a San Carlos de Bariloche. Allí efectuaría una breve escala, para luego iniciar el retorno a la ciudad de Buenos Aires. "¡Qué rápido que volviste!", se sorprendieron quienes me habían visto partir del hospedaje barilochense una semana atrás. Razones había y para tirar al techo.
Lo cierto es que la querida Patagonia acababa de ser testigo de una aventura más de mi cosecha. Esa larga cosecha que, año tras año, iba sumando destinos nuevos, inéditos y de enmarañados acercamientos. No estaba arrepentido de haberme animado a las dos ruedas, pero asumí que deberían darse determinadas condiciones para volver a intentarlo. Tal vez eligiendo un recorrido más tranquilo; tal vez haciéndolo acompañado; tal vez sin carga, formando parte de algún grupo organizado... Tal vez sin tábanos, je.
Mientras preparaba el equipaje para el largo viaje hasta Retiro, sabía que ese objeto que embalaba prolijamente en una caja pasaría a ser algo más que un manubrio, un sillín y un par de pedales. Fueron muchas jornadas de alegrías, incertidumbres, satisfacciones, descubrimientos, esfuerzos y dificultades. No sé si hemos rodado demasiados kilómetros, pero fueron de los mejores. Y los suficientes para que la bicicleta alcanzara ese status de amigo con quien uno ha compartido momentos verdaderamente importantes.

FIN

(1) Juramento que vengo cumpliendo hasta el día de hoy.

(2) Aquí escribí algo más sobre los tábanos.
 
Detalle del recorrido.


Comentarios

Maggie dijo…
Hola Armando! Soy Magalí de Mi Globo Terráqueo, esta seria mi cuenta de 'blogger' desde gmail. Qué odisea tu encuentro con los tábanos! (leí también el post que les dedicaste) La verdad que luego de leer esto, suena tentador un mountain bike por la Patagonia. Sin duda un bello relato! Gracias por dejarme el link! Saludos!
Hola Magalí, me alegra que este relato te haya inspirado para realizar una travesía en bici. Saludos y gracias por pasar!
Hernán Tolosa dijo…
Muybuenos relatos de tu experiencia en bicicleta por esas regiones de Chile y la Patagonia. Vengo siguiendo y leyendo tu blog hace unos meses.
Yo también comencé con cierta obsesión con al Patagonia, he comenzado en 2015 un blog de mis recorridos, más que nada orientados a la observación de flora y fauna.
Seguiré atento a nuevas publicacioens
Saludos
Hola Hernán, gracias por pasar y comentar. Ya me daré una vuelta por tu blog para ver tus trabajos.
Abrazo patagónico!

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