Laberintos helados
En pocos días se
van a cumplir 20 años de otra hermosa aventura de las tantas que me han tocado protagonizar en
tierras patagónicas. Un viaje realmente inesperado, y con el que venía soñando
desde hacía rato. Por eso, y como hice oportunamente con el cruce a Chile en bicicleta, aquí va su merecido homenaje con algunas fotos, testimonios y un
resumen de esos emocionantes momentos previos.
Si había algo de todo lo
que tenía pendiente en Patagonia que me interesaba por sobre el resto era navegar
los canales chilenos. Me refiero a ese largo y accidentado litoral marítimo que se
extiende entre Puerto Montt y Tierra de Fuego.
Siempre tuve el deseo de
desentrañarlos; de sentir su soledad absoluta; de comprobar sus leyendas; de
emocionarme con su selva a pique; de experimentar sus tormentas que envuelven a
la atmósfera de insondables misterios… Tal vez en otra vida fui un marino de la
flota de Sir Francis Drake, o de la de Robert Fitz Roy… Todo es posible.
Lo cierto es que esos
laberintos estaban ahí, aguardando la consabida sumatoria de hechos y de
voluntades para que en algún momento se hiciera posible el encuentro. Que no
veía tan lejano, por otra parte.
Para esa época yo
colaboraba en una conocida -y hoy desaparecida- revista de turismo, caza y
pesca llamada “Aire y Sol”. Mi trabajo consistía en realizar las ilustraciones
de pesca, diseñar los mapas, dibujar una historieta por entregas, y cada tanto,
cuando el director me lo permitía, publicar alguna que otra nota sobre mis
viajes.
Un día de principios de
octubre, mientras permanecía reunido con el director por cuestiones de trabajo,
éste disparó al aire una pregunta que, a pesar de su tono suave y despreocupado,
retumbó fuerte en mis oídos: “¿Te
interesaría viajar al sur de Chile?”.
Yo sabía que a la
redacción llegaban infinidad de invitaciones para distintos puntos del país y
del exterior, que luego se transformaban en artículos escritos por los
periodistas enviados. En realidad, esta situación no me inquietaba, ya que no
todos los destinos me resultaban atractivos. De todas maneras, no pude evitar
que esta insólita propuesta me colocara en la piel de un niño que acaba de ser
invitado a Disneylandia.
“Eh…
creo que sí...”, le contesté incrédulo y titubeando, en parte
por ignorar de qué se trataba exactamente el asunto en cuestión. “¿Y a qué lugar?”, le repregunté con
curiosidad. “Todavía no sé nada, me lo
tienen que confirmar, creo que es en un barco”, me respondió enigmático y
un tanto despistado. Por lo que alcanzó a contarme, faltaba llegar el fax
del organizador en el cual se formalizaba la invitación y se detallaban los
recorridos y las fechas. Por el momento todo era de palabra. Había que esperar.
Y afortunadamente no esperé mucho. Días más tarde, y
nuevamente en su despacho, el director de la revista me alcanzó una hoja de fax de entre los
tantos papeles que yacían apilados en su escritorio. Era la confirmación del
viaje. Lo tomé nervioso, estaba a escasos segundos de poner fin a tanta ansiedad y expectativa.
A primer golpe de vista
alcancé a distinguir el dibujo algo borroso del contorno austral chileno. Al
comenzar a leerlo se me heló la sangre: viajaría en un tour de periodistas como
corresponsal de Aire y Sol en el ferry Puerto Edén, que cumplía el recorrido
entre Puerto Montt y Puerto Natales. Y de yapa, el paquete incluía un día en el Parque Nacional Torres
del Paine. La fecha estaba fijada para la última semana de octubre.
Realmente no podía dar
crédito a mi buena suerte. Iba a ser enviado a un lugar al que siempre quise
conocer y con todo pago, es decir el avión a Puerto Montt con conexión en
Santiago, y los gastos a bordo del barco. Más no podía pedir. Respiré hondo y
me senté para repasar el texto detenidamente.
El cronograma de viaje
era más o menos así: el día lunes saldríamos bien temprano de Ezeiza, y luego
de la recepción en Puerto Montt zarparíamos por la tarde con rumbo sur. El
arribo a Puerto Natales estaba previsto para el día jueves, y la única parada
durante los casi 2000 kilómetros de islas y canales se efectuaría el
miércoles -si el clima lo permitía- en un pueblo llamado Puerto Edén. Ese mismo jueves visitaríamos las Torres del Paine, y de regreso seguiríamos de largo
hacia Punta Arenas. Luego de pasar la noche en esta ciudad, abordaríamos el
avión que nos traería a Buenos Aires, previas escalas en Puerto Montt y
Santiago.
Curiosamente, este era
el primer viaje en el que conocería a mis compañeros el mismo día de la
partida. Serían básicamente periodistas o fotógrafos de otros medios de
comunicación. “Es gente muy macanuda, con
ganas de pasarla bien”, me alentaban en la revista algunos veteranos en
estas lides. También era la primera vez que viajaba por trabajo, y por momentos
sentía una gran responsabilidad. Una cosa es tomar fotos para uno, y otra muy distinta es hacerlo para un cliente o un “jefe”. No podía permitirme errores de ninguna
índole. Sabía, además, que si aprobaba este exámen sería tenido en cuenta para
futuras invitaciones.
El viernes a última hora
pasé por la redacción a retirar las películas y a despedirme por una semana del
director y del resto de mis compañeros. “Pasala
bien”, me dijo el primero en tono fraternal mientras colocaba en mis manos unos
cuantos rollos de diapositivas. “Muchas gracias”,
le respondí, aferrando con mis dedos a esos futuros testigos de un sueño
irrepetible.
El ferry navega las
aguas del seno de Reloncaví, a poco de zarpar de Puerto Montt. Arriba y a la
derecha asoma el volcán Calbuco, y un poco más atrás el Osorno.
Básicamente había dos
categorías para alojarse en el Puerto Edén: los camarotes (nuestro caso), y un
gran salón en el cual dormían unas 20 personas. Esta última opción era
utilizada por aquellos viajeros de presupuestos más económicos, entre los que
conté muchos mochileros de origen europeo. De todas formas, a la hora de comer
el menú era el mismo para todo el pasaje y con el sistema de autoservicio.
Amanecer sobre el ancho
canal Moraleda, que separa al continente del compacto archipiélago de los
Chonos y las Guaitecas.
Atravesando el canal
Pulluche con rumbo oeste. El propósito era asomarnos al Océano Pacífico y
rodear la extensa y accidentada península de Taitao. Esta porción de tierra
está unida al continente por el istmo de Ofqui, al que intentaron abrir sin
éxito en la década del ‘30 para evitar el pesado rodeo.
Al salir a mar abierto
comenzó la parte más movida del viaje. Luego del almuerzo, la capitanía nos
mandó a todos a los camarotes. No resultó una buena idea, sobre todo después de haber almorzado dos veces (el servicio regular y otro especial para los periodistas). Entre la vuelta a la
península y el cruce del golfo de Penas (hace honor a su nombre) fueron 10
horas de pesadilla. El barco se zarandeó en todas las direcciones que pudo.
Tras la paliza en el
golfo de Penas encontramos refugio en el canal Messier, mucho más angosto que
el Moraleda y de aguas más calmas. Aquí se ven los restos del “Capitán Leónidas”, un barco
de bandera panameña que alguien quiso mandar al fondo para cobrar el seguro.
Cerca de allí se cruza la Angostura Inglesa, un estrecho pasadizo lleno de
bajos fondos donde sólo pasa un barco por vez.
Llegada a Puerto Edén,
única parada que realizaríamos en todo el viaje. El colorido pueblo está
ubicado en la isla Wellington y a orillas del canal Messier. En él viven unas
300 personas, entre ellas un grupo de alacalufes, etnia de navegantes que
habitara los canales desde el principio de los tiempos.
El ferry permanecía
fondeado frente a Puerto Edén esperando que termináramos la visita.
Atravesando el Paso del
Abismo, estrecho desfiladero que produce en cada potente sonido un estremecedor
efecto de eco.
Llegada a Puerto
Natales. Apenas desembarcamos, nos llevaron a visitar el Parque Nacional Torres
del Paine.
Vista de las Torres del
Paine desde la laguna Amarga.
Cuernos del Paine, otro
de los emblemas de este parque nacional.
Apertura de mi artículo sobre el viaje en el Puerto Edén, publicado pocos meses después en la revista Aire y Sol.
Mi artículo sobre el viaje en el Puerto Edén (texto y fotos).
Mi artículo sobre el
viaje en el Puerto Edén (texto y fotos).
El fax que me entregó el
director de Aire y Sol en su redacción, y que detalla el recorrido del tour.
Cronograma de días y
actividades.
Video del viaje acá.
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