A las sorpresas se las lleva el viento
En ciertas oportunidades, nuestras fotos o nuestra presencia en algún sitio tiene detrás una historia especial, un porqué. Y mi visita a un particular enclave patagónico ocurrida hace exactamente un año es uno de estos casos.
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Oscar y Rosalía son un matrimonio que tomó clases de tenis conmigo durante casi 20 años. A lo largo de todo ese tiempo se forjó una linda relación de amistad y cariño mutuo, que en la actualidad continúa a la distancia, ya que están felizmente radicados en la ciudad de Zapala, provincia de Neuquén.
En abril o mayo del año pasado, Oscar me escribió para proponerme algo, una idea divertida, original, emotiva. Rosalía cumplía años un determinado lunes de septiembre, y ese jueves siguiente concurriría a su habitual clase de tenis con Ginés, un profesor de allá. El plan, entonces, consistía en que el miércoles anterior yo viajara de incógnito a Zapala, y a la mañana siguiente me apareciera de sorpresa en la cancha para darle esa clase. Un regalo de cumple, digamos. El profe ya estaba al tanto de la maniobra y me cedería raqueta, canasto y pelotitas. Tantas veces me habían insistido para que vaya a visitarlos, que en esta ocasión y con este fin tan noble era imposible negarse.
Apenas le di el sí, Oscar se encargó de sacarme los pasajes y reservarme una noche de hotel. Detalle no menor este último, ya que, por obvias razones, no podía alojarme en su casa y tampoco podía mostrarme demasiado por Zapala. Debía encerrarme, prácticamente.
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Los meses previos transcurrieron sin novedad, hasta que dos o tres días antes del viaje recibí un mensaje preocupante de Oscar. "Che, se complicó la cosa. Para el jueves están pronosticados vientos huracanados de no sé cuántos kilómetros por hora", me alertó. Al principio no entendí dónde estaba la "complicación". Es normal que, por la rudeza del clima patagónico, las canchas de tenis que existen por debajo del río Colorado sean generalmente cerradas. El viento no sería un problema, pensé. A no ser que... "Pará, ¡no me digas que la cancha es descubierta!", le lancé casi retándolo. "Sí", me respondió con mezcla de culpa y frustración. "Venite igual y vemos qué corno hacemos, por ahí es falsa alarma", concluyó esperanzado(1).
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Avión a Neuquén capital, micro a Zapala, y de allí sin hacer ruido y con la cabeza gacha directo al auto de Ginés, quien me recogió en la terminal y me depositó en mi destino final.
Acuartelado en el hotel, me pasé toda esa noche escuchando el ulular del viento. Fuerte, impiadoso. El pronóstico había sido dramáticamente certero.
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La clase era a las 11 y quedamos en comunicarnos a partir de las 9 para ver si la cosa mejoraba. Mensajes con Oscar, mensajes con Ginés, mensajes entre ellos dos... Los chats ardían. Mientras tanto, el viento crecía en intensidad y se encargaba de enfriar todo.
Los minutos pasaban, y entre esa catarata de whatsapps cruzados me llegó uno que le extendía el certificado de defunción al voluntarioso operativo. "Rosalía ya sabe todo, se lo tuve que confesar. Yo insistí en llevarla igual a la cancha, pero con este viento no quería ir ni mamada. Empezó a sospechar que había algo raro", se exculpó Oscar. "Qué macana. En todo caso hubiéramos mantenido la sorpresa y me aparecía en tu casa. No tenía el mismo impacto, pero era una sorpresa al fin", le sugerí yo como un posible plan B. "No, ya está. Encima se enojó. Me dijo que no le gustan las sorpresas, y que además te va a recibir con cara de culo cuando te vea", me aclaró entre gracioso y lapidario. Peor imposible.
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Finalmente -y por suerte- no hubo cara de traste, y pasé cuatro días maravillosos compartiendo gratos momentos con ellos y con sus familiares y amigos. Oscar me paseó por todo Zapala, y me llevó a conocer dos hermosos lugares como son el Parque Nacional Laguna Blanca y el centro de ski Primeros Pinos. Eso sí, durante esas cuatro jornadas los vientos huracanados no se tomaron ni un respiro(2). Como para que nos sacáramos de la cabeza la disparatada idea de entrar a una cancha de tenis.
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Oscar y Rosalía son un matrimonio que tomó clases de tenis conmigo durante casi 20 años. A lo largo de todo ese tiempo se forjó una linda relación de amistad y cariño mutuo, que en la actualidad continúa a la distancia, ya que están felizmente radicados en la ciudad de Zapala, provincia de Neuquén.
En abril o mayo del año pasado, Oscar me escribió para proponerme algo, una idea divertida, original, emotiva. Rosalía cumplía años un determinado lunes de septiembre, y ese jueves siguiente concurriría a su habitual clase de tenis con Ginés, un profesor de allá. El plan, entonces, consistía en que el miércoles anterior yo viajara de incógnito a Zapala, y a la mañana siguiente me apareciera de sorpresa en la cancha para darle esa clase. Un regalo de cumple, digamos. El profe ya estaba al tanto de la maniobra y me cedería raqueta, canasto y pelotitas. Tantas veces me habían insistido para que vaya a visitarlos, que en esta ocasión y con este fin tan noble era imposible negarse.
Apenas le di el sí, Oscar se encargó de sacarme los pasajes y reservarme una noche de hotel. Detalle no menor este último, ya que, por obvias razones, no podía alojarme en su casa y tampoco podía mostrarme demasiado por Zapala. Debía encerrarme, prácticamente.
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Los meses previos transcurrieron sin novedad, hasta que dos o tres días antes del viaje recibí un mensaje preocupante de Oscar. "Che, se complicó la cosa. Para el jueves están pronosticados vientos huracanados de no sé cuántos kilómetros por hora", me alertó. Al principio no entendí dónde estaba la "complicación". Es normal que, por la rudeza del clima patagónico, las canchas de tenis que existen por debajo del río Colorado sean generalmente cerradas. El viento no sería un problema, pensé. A no ser que... "Pará, ¡no me digas que la cancha es descubierta!", le lancé casi retándolo. "Sí", me respondió con mezcla de culpa y frustración. "Venite igual y vemos qué corno hacemos, por ahí es falsa alarma", concluyó esperanzado(1).
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Avión a Neuquén capital, micro a Zapala, y de allí sin hacer ruido y con la cabeza gacha directo al auto de Ginés, quien me recogió en la terminal y me depositó en mi destino final.
Acuartelado en el hotel, me pasé toda esa noche escuchando el ulular del viento. Fuerte, impiadoso. El pronóstico había sido dramáticamente certero.
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La clase era a las 11 y quedamos en comunicarnos a partir de las 9 para ver si la cosa mejoraba. Mensajes con Oscar, mensajes con Ginés, mensajes entre ellos dos... Los chats ardían. Mientras tanto, el viento crecía en intensidad y se encargaba de enfriar todo.
Los minutos pasaban, y entre esa catarata de whatsapps cruzados me llegó uno que le extendía el certificado de defunción al voluntarioso operativo. "Rosalía ya sabe todo, se lo tuve que confesar. Yo insistí en llevarla igual a la cancha, pero con este viento no quería ir ni mamada. Empezó a sospechar que había algo raro", se exculpó Oscar. "Qué macana. En todo caso hubiéramos mantenido la sorpresa y me aparecía en tu casa. No tenía el mismo impacto, pero era una sorpresa al fin", le sugerí yo como un posible plan B. "No, ya está. Encima se enojó. Me dijo que no le gustan las sorpresas, y que además te va a recibir con cara de culo cuando te vea", me aclaró entre gracioso y lapidario. Peor imposible.
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Finalmente -y por suerte- no hubo cara de traste, y pasé cuatro días maravillosos compartiendo gratos momentos con ellos y con sus familiares y amigos. Oscar me paseó por todo Zapala, y me llevó a conocer dos hermosos lugares como son el Parque Nacional Laguna Blanca y el centro de ski Primeros Pinos. Eso sí, durante esas cuatro jornadas los vientos huracanados no se tomaron ni un respiro(2). Como para que nos sacáramos de la cabeza la disparatada idea de entrar a una cancha de tenis.
(1) Zapala también tenía lugares cerrados para practicar tenis, pero Ginés daba clases sólo en éste.
(2) En las afueras de la ciudad había un pequeño cerro para subir y hacer algunas fotos, pero el viento hacía difícil hasta desplazarse por la calle.
Van algunas fotos de aquella estadía:
Parque Nacional Laguna Blanca, área natural protegida ubicada a 35 kilómetros de Zapala.
Parque Nacional Laguna Blanca.
Parque Nacional Laguna Blanca.
Primeros Pinos, pequeño centro de ski ubicado a 50 kilómetros de la ciudad de Zapala, sobre la ruta que une a esta última con Villa Pehuenia. Además de su actividad invernal, este paraje se destaca por la presencia de bosques puros de araucaria araucana o pehuén, árbol emblema de la provincia de Neuquén.
Primeros Pinos.
Primeros Pinos.
Escultura de Mafalda ubicada en la estación de Zapala. En una de las tiras dibujadas por Quino, ella y su familia llegan en tren desde Buenos Aires para seguir hacia los lagos del sur.
Monumento a los soldados argentinos de Malvinas. Tiene 17 metros de altura y es el más grande del país.











Comentarios
Ahora quiero disfrutar otra sorpresa igual en Zapala “la ciudad del viento”
Armando, abrazo gigante y un beso con el cariño de siempre ¡!!
Rosalia
Gracias por pasar a comentar. Esta crónica debió haber sido escrita hace un año, pero como digo siempre, los viajes adquieren más valor a medida que pasa el tiempo. Se los añora más.
Un beso grande!