De timonel a marinero raso

Enero de 1995. Unos primos lejanos que vivían en Bariloche aprovecharon que andaba de vacaciones por allí para invitarme a correr una regata en el Nahuel Huapi. Sabían que yo era timonel y me apasionaba la náutica. Por supuesto, acepté; pensé que sería una buena propuesta como alternativa a los duros trekkings por la montaña. Iluso de mí.

La cita era el viernes a la una de la tarde en el Club Náutico Bariloche. Allí me encontré con mis primos Gabriel y Martín y, cafecito de por medio, en pocos minutos me pusieron al tanto de los vericuetos de la competencia.

Las etapas se desarrollarían más o menos así: ese mismo viernes uniríamos Bariloche con Piedras Blancas, en la isla Victoria, y el sábado nos extenderíamos hasta el Country Club Cumelén, a pasitos de Villa La Angostura. Una vez arribados al country se correrían un par de triángulos olímpicos cerca de la costa. El certamen estaba auspiciado por un empresario de la zona y una conocidísima marca de cerveza.

Tras algunas gestiones decidieron que correría junto a Martín en el "Jaque Mate", un velero de 27 pies (9 metros) que figuraba entre los candidatos. Gabriel lo haría en un hermoso queche de madera, el "Lucero del Alba".
Abordé tímidamente mi barco y recibí la bienvenida del resto de la tripulación: Pablo, Ian, Gonzalo, y Carlos, este último dueño del "Jaque". Exceptuando el capitán, que arañaba los 60 pirulos, el resto promediaba los 22.
En el cielo no había una nube, pero en el lago, el oleaje era más que respetable. Yo, que había llegado de pantaloncitos cortos, empecé a mirar con preocupación a mis compañeros que, con rostros de velorio, iban colocándose los trajes de agua y los chalecos salvavidas. "¿Así vas a navegar vos?", me preguntó irónicamente uno de ellos. "En el medio del lago no te van a alcanzar las manos para darle al ron", agregó entre gracioso y lapidario. Temblé. Sacaron de por ahí un traje que sobraba y me lo prestaron. Con dificultad me coloqué también un viejo chaleco salvavidas.
La largada estaba prevista para las tres. Lentamente salimos al lago a testear la fuerza del viento y elegir las velas. A medida que se acercaba la hora, la tensión a bordo iba in crescendo. Mis conocimientos en la materia se volvían desestimables en comparación con la experiencia estos chicos. Muchos contaban en su cosecha con regatas disputadas en la isla de Chiloé. Mi objetivo era no hacer cagadas y sacar algo en limpio de todo eso.

Sonó la sirena y se largó la competencia. Una decena de barcos puso proa a la isla Victoria y se acababan las bromas, había que laburar.
Unas olas enormes golpeaban el casco y la escora (inclinación del barco) era importante. De a poco fui descubriendo la personalidad y la función de cada uno en el barco. Martín casi monopolizaba el timón, Carlos lo secundaba, y un poco ayudaban Ian y Gonzalo. Los que no timoneábamos -por incapacidad, por supuesto- permanecíamos inmóviles, sentados sobre la banda de babor en la difícil misión de reducir la inclinación del barco.
Amargamente comprendí el porqué de los trajes de agua. Cada panzazo del casco originaba una pesada lluvia helada que nos bañaba con fuerza y nos colocaba al borde de la hipotermia. Pese a la protección del traje, sospechaba tener todo el cuerpo mojado. Obviamente no había forma de chequearlo en razón de que estaba prohibido por la "capitanía" moverse del lugar. Y yo que soñaba con cruzar alguna vez el Cabo de Hornos...
Con el tiempo -y a los golpes-, la realidad me demostraba que una regata no se parece en nada a una simple navegación por placer. Cada minuto que se pierde, cuenta. Cada segundo, diría mejor. La tripulación se pone histérica, sobre todo los que deben tomar las decisiones. "¡¡¡Sentate derecho, carajoooo!!!", me gritó alguien, apenas recosté mi espalda entumecida sobre el lomo de la cabina. "¡¡¡Armandoooo!!! ¡¡¡El cuerpo hacia afueraaaa!!!", me ordenó Martín ya fuera de sí, al advertir que mi espalda se apoyaba en la vela de proa y le hacía "perder" velocidad al barco. ¿Quién me mando a venir a este loquero?, me cuestionaba seriamente, mientras además me descostillaba de frío. A mi lado estaba siempre Pablo, quien no la pasaba mucho mejor. Nos sentíamos como remeros fenicios esperando los azotes. Y lo peor era no contar con argumentos sólidos para pararles el carro. Todo se hacía en pos de la victoria.
La llegada se veía al alcance de la mano pero, cual implacable Ley de Murphy, el viento provenía precisamente de ese lugar. A tirar "bordes", entonces. Esto significaba navegar en zig-zag y trabajar el doble, debido al reiterado paso de las velas de una banda a la otra. Todo debía ocurrir en una fracción de segundo, incluso la frenética corrida de los "contrapesos" humanos de babor a estribor y viceversa.
Muchas viradas hicieron falta para ser saludados al fin por la bandera que flameaba desde una inmensa roca blanca. En el agua entramos cuartos, pero como se computaban los handicaps, las esloras y la mar en coche, había que aguardar los resultados finales.
Nos amarramos todos a un viejo muelle y corrimos a abrazar tierra firme cual sobrevivientes de un tifón en el Caribe.



Pasamos la noche en los barcos y al mediodía siguiente se largó la segunda etapa. Una tenue brisa de popa desempolvó los spinnakers y le aportó color a la regata. Aunque fue una ilusión pasajera; con el correr de los minutos la calma chicha se apoderó de la flota y nos sumergió en una siesta.
Navegar entre montañas permitía apreciar fenómenos curiosos, como ver que un velero situado a sólo 500 metros avanzaba y el nuestro no. A veces se daba a la inversa y éramos nosotros quienes le hacíamos pito catalán al resto. En los momentos de pasmosa quietud prendíamos cigarrillos y espirales para detectarle una mínima dirección al viento. Subíamos spinnaker, bajábamos vela de proa. Subíamos vela de proa, bajábamos spinnaker. La mayor se paseaba de una banda a la otra.
Para combatir el aburrimiento y la sed, a los chicos se les dio por tomar cerveza. Gran idea. El voluntario que bajaba a buscarlas al camarote era insultado infaliblemente por el resto, ya que para no desestabilizar al barco debía extraerlas del refrigerador como si estuviese desactivando una bomba o jugando al jenga.
A la altura del corredor que separa a la isla Victoria de la península de Quetrihué recibimos una brisita salvadora del norte que nos llevó haciendo bordes hasta el paradisíaco Cumelén. El barco entró quinto, nosotros para el manicomio.



Después de disputarse los dos triángulos olímpicos, el domingo al mediodía se entregaron los premios. El ganador fue un barco de Cumelén. El "Jaque Mate" salió segundo. Me puse contento, aunque estaba bien seguro de que no había sido precisamente por mi penosa actuación.
De a poco nos fuimos desconcentrando. Los habitantes del country retornaron a sus modestos "ranchitos" y a sus estresantes partidos de golf. El "Jaque" se quedaba un día más en La Angostura, y para regresar a Bariloche me embarqué en el "Aprendíz", el barco de Carlitos, el papá de mis primos.
La vuelta fue divertida. Nos abarloamos (atamos con cabos costado con costado) al "Lucero del Alba", y a motor comenzamos a desandar juntos el extenso derrotero de las dos jornadas anteriores. El improvisado catamarán se transformó en una especie de comedor y bar flotantes donde reinaba la buena onda y la distensión. Palabra, esta última, echada de menos durante ese largo y desopilante fin de semana náutico.

Comentarios

Anónimo dijo…
estimado amigo

he disfrutado como el que mas el viaje al glacier Montt cerca de Tortel, yo tambien fui en su momento, con las mismas consecuencias, peor mi "yate" no tenia toldo, luego todos ibamos apretados como sardinas al lado del piloto, en la ida el weste era tan violento, que dormimos (barato y comodo) en la casa de un colono a la entrada del fiordo ( a la derecha, o sea al este)
escribes muy bien, disfruto los relatos, si quiere info del Valle exploradores solo escribe
fdosalamanca@123.cl
wernerul dijo…
Relato maravilloso. Tras leerlo tengo que ir obligatoriamente. saludos desde las Islas Canarias. werner
Gracias x pasar, Werner!!!
Y no dejes de visitar nuestra Patagonia.
No te va a defraudar.
Saludos.
Temple dijo…
Hermoso relato Armando. Este verano tuve la alegría y el placer de navegar x el Huapi .... Lo tuyo fue bastante diferente pero gran experiencia!!! Gracias
Fue "diferente", es verdad. Gracias por pasar a comentar!!

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