La ruta de los pasos perdidos (última parte)


Tercera parte aquí.

AGUA QUE NO HAS DE BEBER... EN LA SENDA TE VA A JODER

Las primeras luces de la mañana nos dieron la bienvenida a la que sería nuestra última jornada. La vieja iglú cumplió con su parte resistiendo los embates nocturnos del viento, aunque poco pudo disimular las irregularidades del terreno. Si no rodamos barranca abajo fue porque nos atajaron las paredes de la carpa. A esta altura del relato es de caballeros decirlo: me saco el sombrero ante la entereza y el sentido del humor de las chicas; no cualquier ser humano es capaz de resistir a esta cadena de incomodidades sin sufrir un ataque de nervios o caer en la depresión. Son dos grandes compañeras de travesía.

Con un café caliente mandamos al buche las únicas tres barritas de cereal que sobrevivieron del "kit" de los desayunos y nos pusimos en marcha. Nuestro objetivo era llegar a la punta norte del lago del Desierto y conocíamos un dato: a las 6 y media de la tarde zarpaba la lancha que navegaba hacia su extremo sur. No nos imaginábamos 24 horas más en la montaña, esa noche queríamos dormir en El Chaltén. Siete años atrás, el valle del río Diablo había resultado ser transitable pero se sabe que el paso del tiempo puede hacer estragos. Pronto lo comprobaríamos.

Para salir de allí no fue necesario pasar por el refugio pero lo tomamos como una mezcla de capricho y cuestión de honor. El puesto Río Diablo estaba montado entre las dos lagunas y lucía tan precario como en aquel entonces. En su interior se distribuían dos niveles de cuchetas, mesa, banquetas y una estufa a leña a punto de desintegrarse. Es propiedad de Gendarmería Nacional y tiene un hermano gemelo cerca de Paso del Viento, una de las entradas al Hielo Continental. Sacamos las fotos de rigor y seguimos viaje.

La senda nos fue guiando por la orilla sur de la segunda laguna hasta depositarnos en la antesala de una interminable sucesión de mallines. Y no era solo la molestia de caminar con las patas hundidas en agua sucia o en barro de todos los colores, significaba también la pérdida del sendero. Es decir, con el afán de esquivar a estos pegajosos pantanos, cada trekker improvisa su propia ruta y no queda reconocible ninguna.

Pisamos suelo más seco y nos internamos en un bosque hermoso y abierto. El cristalino río Diablo corría a la par nuestra y en los tramos accidentados se hacía oír por medio de estruendosos saltos. Sus infinitas curvas y el irregular dibujo de la senda provocaban reiterados encuentros y forzaban el vadeo. Una, dos, tres, cuatro, cinco veces... De aquella antigua travesía no recordaba tanta mojadura de pies; era evidente que las lluvias pasadas le habían obsequiado un volumen extra.

A mano derecha y algo encajonado comenzó a escoltarnos otro importante río. Por su coloración lechosa sospechamos que provenía de algún glaciar cercano. Un largo descenso nos dejo en sus orillas, conformadas en ese sector por playones de piedra suelta. Atravesamos el enésimo mallín y algo más adelante vadeamos por última vez al reaparecido río Diablo, que cerca de allí se unía con el de aguas turbias. Todo su caudal se asomaba por una húmeda quebrada formando un maravilloso salto. La senda volvió a desviarnos por un rato hacia el desplayado del ahora único río y retornamos a la protección del bosque trepando con pies y manos por un talud casi vertical de tierra y raíces. Sandra a esta altura comenzaba a sentir el rigor de los cuatro días de marcha y por poco hubo que alzarla con un malacate.

Nos separamos para siempre del río y el camino se entreveró en otro bosque soñado. A todo esto ya eran más de las 4 y aprovechamos el terreno llano para apurar la marcha. Ninguno de los tres podía disimular el hambre pero pasamos de largo el almuerzo para no gastar valiosos minutos de tiempo. Los cálculos nos daban a favor pero queríamos cubrirnos de algún posible imprevisto.

A modo de peaje para salir del bosque, nuestros pies tuvieron que experimentar otra vez las bondades del agua helada. No había manera de escapar de esa reproducción en escala de los Esteros del Iberá. Unos cuantos metros más adelante desembocamos en una pradera. Seca, afortunadamente. Allí nos recibió un puñado de caballos y una casa abandonada que en su momento perteneció a los primeros pobladores del lago del Desierto, los Sepúlveda. Nos desmayamos 10 minutos en el pasto para darle un respiro a nuestras espaldas y tomar envión para encarar lo poco que quedaba.

Como una broma de mal gusto, la senda se disparó hacia arriba para sortear la accidentada costa del lago. Las agujas anunciaban las 6 y a lo lejos se acercaba con puntualidad la lancha. La tarde lucía espléndida y bien al sur nos recibía la impactante cara norte del Fitz Roy. La aproximación a Gendarmería se hacía interminable. Ahora no parábamos de bajar todo lo que habíamos subido. Y es curioso, cuando el final de la travesía está cerca, el cuerpo empieza a acusar dolores que a mitad del sendero ignora. Es que en medio de la batalla, la mente está ocupada en otra cosa, prioriza nuestra supervivencia. Psicología pura.

En el último tramo piqué en punta para atajar a la lancha. Aterricé por detrás del refugio de los gendarmes y encaré hacia al destacamento que nos había visto salir 10 días antes. Busqué al jefe del escuadrón para anunciarle que estábamos vivos y de una sola pieza. "Avíseles también a los carabineros", le recordé especialmente mientras un subalterno sellaba mi entrada a Argentina. Al rato cayeron Sandra y Gaby. La lancha había traído de paseo a un grupo de turistas y en cualquier momento soltaba amarras. Naturalmente, tres personas con 20 kilos en la espalda y barro hasta en la raya del culo despertaban curiosidad y algunos querían saber de dónde veníamos. Je, si supieran...

Zarpamos. La nave le apuntó al lejano Fitz Roy y nosotros caímos desmayados sobre las butacas. Una nueva aventura quedaba atrás y ya dedicaríamos tiempo para el análisis y la reflexión. Por el momento, sólo fantaseábamos con una opípara cena y una buena cama. Nada más. El paisaje seguía regalando bosques y glaciares colgantes, y hacíamos esfuerzos para que el cansancio no doblegara nuestra capacidad de asombro. Dábamos por seguro que desde el extremo opuesto alguna kombi nos arrimaría hasta El Chaltén. Cerraríamos el circuito en la llamada "capital nacional del trekking", la meca de esa actividad que para nosotros ya se ha convertido en pasión. Pasión pese a todos los contratiempos. Pasión pese a que las memorables palizas que nos propina la naturaleza nos hagan jurar en vano abandonarla.
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CONSEJOS Y CONCLUSIONES

La Ruta de los Glaciares es un circuito hermoso pero se deben tomar ciertos recaudos. Es necesario contar con buen estado físico y un buen ritmo de marcha. Como se vio en los relatos, la precariedad de algunos senderos se traduce en pérdidas de tiempo y sólo se compensan caminando rápido. La zona no tiene una topografía compleja pero es fundamental llevar buenos mapas (recomiendo los de Aoneker y los de Zagier & Urruty). No es imprescindible, pero simplificaría mucho las cosas la ayuda de un GPS (en el sitio de la ruta figuran los waypoints). Tampoco está de más un equipo de radio. El tramo Candelario Mansilla-Península Lago Chico es muy largo (24 kms.) y es fundamental salir bien temprano. En Candelario Mansilla, Ricardo Levicán provee caballos, alojamiento y comidas. El poblador Luis Mansilla brinda alojamiento y caballos pero no cuenta con servicio de comidas. Esto último es para tener en cuenta a la hora de calcular las provisiones de la travesía.

PARA HOSPEDARSE
En El Chaltén:
Cabañas Anita’s House – San Martín 249.
Hostel La Nativa – Mc Leod 45.
Hostel Del Lago – Lago del Desierto 135.
En Villa O’Higgins:
Hospedaje Fabiana – Lago O’Higgins y Río Pascua.
Hospedaje San Gabriel – Lago O’Higgins 310.
No sé si son los mejores pero es lo que conocemos y nos parecieron buenos.


Primera parte
Segunda parte
Tercera parte

Para ver algunas fotos de este viaje hagan click aquí, aquí o aquí.

Comentarios

Unknown dijo…
Armando

Te felicito por el viaje y el relato pero hay algo que me sorprendio mucho: Empezas a reconcer la conveniencia de un GPS?

Un abrazo

Horacio
Gracias x los elogios, Horacio!!!
Reconozco que nos hubiera venido muy bien un GPS, lo que no quita que siga pensando lo mismo de esos tipos que lo usan para ir de su casa hasta la de la suegra.

Abrazo grande!!!
Por supus!!! Mi retiro es como el de la Legrand, jajaja!!!!
Abrazo.
Anónimo dijo…
Leer el relato y haber sobrevivido....Que milagro!!!!Igulmente,GRACIAS,por vuestra compania,abrazo grande
Unknown dijo…
Los felicito porque bien vale la pena este elogio por todo lo realizado para todos aquellos que necesitan de estas pericias pero a mi esta medicina no me va......jajajjajaja.
bssss.
maluji,
Unknown dijo…
Que no se diga Armando, estas aflojando con los adelantos tècnicos!!!, si llegamos bien sin un GPS, casi caemos en el techo de lo de Mansilla, pero el aparato ese si te dice doble a la izquierda y tenes una montaña no te va a ayudar de mucho...jajaj.
Muy buen relato, que encanto!! y obviamente no es para todos..
Seguro que mi compañera de viaje fue la que puso un Milagro!!! jajaj Abrazo. Sandora.

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